Terapia 1

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La sala huele ligeramente a limón, posiblemente haya algún ambientador que mi vista haya pasado por alto, hace una sutil corriente fría y de repente se me eriza la piel, el sillón es incómodo y tengo que removerme varias veces para ponerme cómoda.
La Dra. tarda unos minutos en llegar, y antes de hacerlo me retoco el pelo. Escucho el taconeo de unos zapatos, posiblemente no sean muy altos, pero resuenan en todo el edificio. Cuando el sonido aumenta sonrío levemente hasta que tengo a una mujer morena de piel bastante clara, con gafas y una gran bata blanca enfrente de mi, "Dra. Johnson" consigo leer rápidamente en la placa de su bata.
-Buenos días Dana -me da la mano, la siento cálida en comparación con la frialdad de mi cuerpo- soy la Dra. Barbara Johnson, pero veo que te has adelantado y lo has leído. No esperaba verte tan pronto. ¿Tienes frío? Parece que estés congelándote.
-Hola, bueno, hace un poco de frío aquí...
-Tranquila encenderé la calefacción para que podamos hablar cómodamente sin tiritar.
Me mira esperando mi aprobación, sonríe al verme asentir con la cabeza y enciende la calefacción. Poco después siento como el frío va desapareciendo de mi delgado cuerpo y como la calidez sube por mis mejillas hasta dejarlas rosadas.
La Dra. se sienta en su silla, se acerca al escritorio y saca una carpeta que parece contener muchos papeles y los tira provocando un fuerte ruido. Parece simpática, pero me intimida. Se queda un largo rato mirándome. No sé si está pensando, si está observando mi reacción o si espera que diga algo.
Se levanta y camina despacio hacia el fondo de la sala, se para delante de una mesilla y enciende la cafetera. Se gira y me mira. Y no hace nada más, solo mirarme. Cuando el café está listo lo coje y se acerca. Me acaricia el pelo al pasar y se vuelve a sentar en su silla.
-Bien, he estado consultando la información que nos han dado tus padres y tu informe médico y tengo varias preguntas que hacerte, pero voy a dejarlas de lado, no quiero que te sientas interrogada, sino cómoda y que me cuentes hasta donde estés preparada. No te presionaré para que des más detalles si no quieres, pero necesito que haya confianza y comunicación entre nosotras -abre las manos y las extienda hacia delante- pero sobretodo confianza.
Creo que se por donde va, saco mis manos de las mangas del jersey y las acerco lentamente hasta las suyas, sus dedos rodean los míos y vuelvo a sentir su calidez.
Paso las 24 horas del día con el frío calándome los huesos, duermo rodeada de peluches y con una gruesa capa de mantas, pero parece no ser lo suficientemente gruesa como para proporcionarme el calor que necesito.
-¿Quieres contarme algo?
Niego con la cabeza. He tardado cinco meses en contárselo a mi mejor amiga, ocho a mis padres y ella no va a hacer que le explique todo esto en un día.
-¿No quieres explicarme cómo empezó todo?
-Simplemente empezó.
Reacciona sorprendida, quizás esperaba que mi contestación le contara todo desde cero. Pero no será así.
La verdad quiero que me ayude, pero tengo miedo, no creo que sea capaz de entender cómo me siento, no lo vería con los mismos ojos con los que yo lo veo.
-Tengo...miedo-consigo decir entre balbuceos desviando el tema.
-¿Miedo de qué?
-De mí misma, de la gente.
-¿Alguien te ha dicho algo hasta ahora?
-No, ese es el problema; no dicen nada. Miran de arriba a abajo, y después posan la mirada en tus ojos para hacerte una mueca entre de asco y pena.
-Entonces, ¿te da miedo lo que puedan pensar?
-No exactamente. Simplemente no quiero que me miren ni piensen nada de mi. Antes pasaba desapercibida, ¿por qué no puede seguir siendo así?
-Bueno, quizás ahora llamas más la atención que antes...-extiende su mano hacia mí como invitándome a que me mire y reflexione sobre el porqué me miran, mi delgadez.

Me paro a pensar en qué momento fue en el que la gente se empezó a fijar en mí. Primero fueron cumplidos de mis amigas y algunos conocidos diciéndome que guapa estaba, y preguntaban si había adelgazado. Después me admiraban y envidiaban por tener mejor físico que otras chicas y preguntaban que como lo había conseguido. Más tarde empezaron a decirme que ya estaba suficiente delgada. Finalmente dejaron de decirme nada y empezaron las miradas de odio, de asco, de pena, alguna que otra de compasión, como si fue un perro abandonando al pie de la carretera.
Empiezo a llorar y la Dra. me ofrece un pañuelo mientras me muestra una bonita sonrisa compasiva. Realmente estoy llorando por todo lo que llevo dentro.
Cuando mis ojos dejan de derramar lágrimas, pero en su lugar se han quedado rojos, Barbara contempla el reloj. Lo hago yo también, y nos damos cuenta de que la sesión ha terminado. Me despido de ella y me da un fuerte abrazo.

Mientras bajo las escaleras que dan hacia la calle pienso en que mañana es el primer día de clase y empiezo bachillerato. Creo que no estoy preparada para esto.

Nueva vida para DanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora