Te vi y pensé muy dentro de mi que eras perfecto, no por tu físico si no por cada defecto que te hacía único, tus marcas, tu cabello, tus labios, incluso las cosas que más odias de ti.
Te hablé y me dije a mi misma que podía morir en paz, eras lo que soñaba, tu voz, tus historias, incluso la manera en la que no podías pronunciar esa palabra que tanto querías decir, no sabía si hablaba contigo o conmigo; pues tu mente y tu lengua eran una y mi mente y la tuya la misma.
Te toqué, no fue más que un apretón de manos, un abrazo y un beso, tu piel era más perfecta de cerca, aún con esa cicatriz que tanto odiabas, la manera en la que jugabas con mis dedos al tomar mi mano y la apretabas con fuerza por temor a dejarme ir.
Te vi desvanecer, sin darme cuenta no había más sol que iluminara tu rostro, no habían más historias por contar, esa difícil palabra ya la habías logrado pronunciar; no habían más besos ni abrazos, incluso soltaste mi mano, ya no temías perderme, pero yo si temía perderte a ti, pues tome tu mano con tal fuerza que me cansé de hacer el esfuerzo que debíamos de hacer ambos, dejé de sentir miedo y te dejé ir, como tu me dejaste ir a mi también, no hay vuelta atrás, tu mirada, tus palabras y tu sentir quedaron lejos, al igual que tú.
