Una niña especial

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Recién entonces me di cuenta que mi papá nos miraba, seguramente había escuchado todo, también me dolía por él; por ser un hombre mayor y católico, sus principios matrimoniales eran muy estrictos y no concebía el divorcio.

Loreto se iba a su casa e invitó a Rocío a dormir con ellos, lo hacían muchas veces cuando Bernardo no estaba en casa y al revés: cuando mi cuñado bajaba de la mina, entonces mi hermano se llevaba a Benjamín a dormir a su casa, para darles tiempo y tranquilidad a mi hermana y a Bernardo. Ahora el tiempo lo necesitaban Teresa y mi Felipe.

―Rocío ―llamó mi cuñada a su hija antes de salir―, yo voy a tener que viajar y no voy a volver en mucho tiempo.

La niña la miró y sonrió a medias. Puso su manita en la cara materna y negó con la cabeza.

―Te vas para siempre con el hombre que viene a verte ―aseguró la niña.

―¿Lo traías a casa con la niña aquí? ―preguntó Felipe con desagradable decepción.

―¡No! ―contestó enojada.

―No, yo nunca lo vi ―respondió la niña mirando a su papá―, pero sí cuando llegaba del colegio había un olor a hombre que no era tu olor y no había almuerzo ni nada hecho en la casa.

Nos sorprendimos todos, ella se había dado cuenta de todo antes que ninguno de nosotros y un sentimiento de culpa nos invadió.

―¡Rocío! ―la censuró Teresa, seguía molesta, al parecer, no se daba cuenta de que la culpable era ella.

―Ándate, no te preocupes, yo sabía que esto iba a pasar, estoy preparada y no te preocupes por papá, yo lo voy a cuidar muy bien. ―La niña resultó ser más terminante que todos los adultos juntos.

―Ya oíste a la niña. ―Mi hermano, al escuchar a su hija tan segura, tomó valor―. Vete, Teresa, vete y no vuelvas más, porque esta ya nunca más volverá a ser tu casa y mañana comenzaremos los trámites para que renuncies a todos tus derechos como madre y nuestro divorcio.

―Me parece muy bien ―asintió mi cuñada―, estoy de acuerdo, así podré rehacer mi vida y por fin ser feliz.

Eso fue un golpe bajo para mi hermano, lo pude notar en sus ojos, pero no se amilanó ante su esposa, al contrario, se irguió creciendo en tamaño, su hija lo necesitaba fuerte y él era lo que fuera necesario por su niña.

―Haz tu vida y sé feliz, Teresa, así también podré serlo yo con mi hija, vete ahora mismo, recoge tu ropa y lárgate ―lo dijo con tanta suavidad que parecía que estaba hablando del tiempo y no echando a su mujer.

Teresa lo miró sorprendida, ella quería irse, quería dejar a mi hermano, pero seguramente, también esperaba que su esposo la rogara como siempre y, al no ser así, se contrarió y corrió al cuarto encolerizada.

―Tía ―expuso Rocío mirando a mi hermana―, esta noche no me iré con usted, me voy a quedar con mi papá, él me necesita aquí.

Mi hermano la tomó en brazos y la apegó a su pecho, ella apoyó su pequeña cabecita en el hombro de su padre, abrazándose a él

―Te quiero, papi, vamos a estar bien.

―Sí, mi vida, estaremos muy bien. ―Él la besó en la frente, era una niña muy inteligente y amorosa, era una niña de la que cualquier padre se sentiría orgulloso.

―Felipe ―me acerqué y le puse mi mano en su hombro―, ¿quieres que me quede contigo esta noche?

―Te lo agradecería, hermanita.

Una Tarde EspecialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora