Mundos paralelos

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Odiaba aquel libro que tenia las páginas amarillentas, odiaba a aquel niño que lo leía, sus ojos color aceituna abiertos como aquella puerta. Mientras leía se tocaba la nariz creyendo parecer más inteligente. Gesticulaba raro con la boca. El campo de concentración en el que estaba metido era enorme. Aquel guardia, detectaba todos los movimientos del niño, el clásico hombre que no dejaba de observarte y que nunca parecía envejecer. Estaban sentados, esperando, para envenenar a aquellos niños inocentes, para después estudiar su morfología.

No tenían un motivo en concreto, no tenían ningún motivo en particular, aquellos mundos eran totalmente paralelos. Era extraño jugar en aquella partida en la que siempre ganaban los malos y en la que el peso de la ley no existía. Las pestañas de aquel tilo era lo único que parecía no encajar en aquel lugar frio y desolado por aquellas tímidas personas que iban muriendo lentamente. Al despertar tenían que guardar aquellas camisas sucias en un baúl bastante envejecido. En aquel mes de abril el poder de la muerte apadrino a aquel niño. Fue pagando poco a poco aquella arpa, para tocar en el cielo aquella melodía armoniosa.

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