Cita a Ciegas
Por Claudia Medina
Hoy era el día, más bien la noche, aunque técnicamente es la tarde, a las 7 podría decirse que aún es la tarde. Por lo pronto, para iniciar el día, el desayuno: Un jugo de toronja y un yogurt, por lo menos este día si haría caso de la dieta, un sándwich tostado, a medias, porque lo guardaba para el tiempo del lunch; de ese modo, solo compraría una ensalada y un bote de té helado, para evitar la mirada de reclamo de Patty de no sumarse al esfuerzo común. La verdad, no lo necesitaba nunca lo había necesitado, era delgada y sobre todo bendecida por los dioses, podría comer tres hamburguesas con queso y tocino y seguir siendo talla 0 pero no quería darle tentación a su querida amiga que siempre desde los tiempos del colegio había sufrido batallas incontables con la báscula y sobretodo el marcador de novios seguía estando en 0 para ambas, ella, desde que su corazón se rompió en mil pedazos por la culpa de Archie. ¿A quien se ocurre tener un novio llamado Archie? Tal vez quedaría solo con alguien llamada Betty o Verónica pero nunca, nunca.... Candy. Annie, su prima del alma fue la manzana de la discordia y para colmo no se atreve a bloquearla del Facebook, así que cada vez que abre su muro salen con sus enormes sonrisas ocupando toda la pantalla de su iPhone.
Por eso ya había decidido no permitirse que le hiciera daño, dar carpetazo y seguir adelante con su corazón en busca de alguien, se miró al espejo y no veía a nadie que fuera fanática de la moda, pero si alguien que al menos dedicó un poco de tiempo a su arreglo personal. – Bien Candice, veamos quien será el indicado... ¿Mr. Grandchester?... mmmm ... tal vez hoy te voltee a ver... - soltó una carcajada- o tal vez, el rubio del metro...¡Dios ese hombre cada día está más guapo! O... quizá... la cita que Patty te arregló con su amigo de la infancia, puede que sea buena. Con sus pantalones de pitillo color beige, un saco de seda y lana en rosa fosforescente, en sus pies, unos zapatos del mismo color, combinando con una bufanda y bolsa amarillo paja y el cabello recogido en algo parecido a un chignon a la despreocupé salió a la oficina. Tomó la cajita con unos panecillos que horneó la noche anterior.
Como siempre llegó a una pequeña revistería atendida por Mr. Wong, lo saludó y le regaló esa sonrisa que el anciano deseaba recibir día con día, nunca le diría que era el momento que esperaba al abrir su humilde stand de aluminio, nadie le regalaba una sonrisa así desde que su hermosa Lin no podía hacerlo hacía ya 20 años.
-Su periódico y sus chicles de sabor violeta Miss Candy- dijo con amabilidad, su horóscopo chino dice que hoy encontrará el amor.
-Mmmm eso espero- contestó alegre mientras buscaba en su billetera el billete más chico para poder dejarle el cambio al anciano- Tome... la esperanza muere al último.
-Aquí tiene, el regalo de Lin para usted- añadió al regalarle un ramito de jazmines envuelto en un celofán.- de nuestro jardín.
-Muchas gracias, dígale a su esposa que muchas gracias y no crea que me olvidé de ella...taraaán... yo misma los horneé... a ver si me da el visto bueno y me diga que ya me puedo casar... - dijo en broma.
-Claro Miss Candy muchas gracias, sé que ella se lo agradece con cariño.
-Hasta mañana Mister Wong- dijo al oler de nuevo su ramo y checar los minutos para llegar justo a tiempo al metro.
-Hasta mañana Miss Candy, recuerde hoy encuentra el amor- dijo al verla caminar como a quien la persigue el diablo.
Llegó a la estación del metro y bajó las escaleras y con exactitud de un reloj suizo llegó a la orilla del andén, contó hasta diez y apareció él, como ayer, como el día antes de ayer y como todas las semanas y todos los casi 12 meses que se quedó sin carro porque lo chocó el día que Annie y Archie le dijeron que estaban enamorados. Pero él estaba ahí como una aparición de Adonis para recrearle la vista y el día. Alto, con cuerpo de nadador alemán, vestido casual y su mochila cargada cruzada a la izquierda, lentes y un cabello digno de comercial de shampoo para hombres. Una barba insipiente y sus ojos ¿de qué color eran? Nunca los había visto porque con su perfecto outfit de intelectual llegaba a la línea amarilla con su café del Starbucks y el periódico bajo el brazo, viendo siempre al frente, ¿Qué acaso no sabía que existía su lado derecho? Con los colores que Candy traía la podía ver a kilómetros. Ese era el momento, sacaba sus chicles y los mascaba, el sabor a violeta le recordaba la felicidad, una llena de placer y apacibilidad; explotaba con ese sabor dulce, pero no tanto, el olor que revotaba en su nariz la transportaba al jardín de su casa, pletórica de violetas y huele de noche así como de rosas, donde se sentaba en el último escalón, mascaba los chicles que compraba su abuelo en la maquinita de la farmacia. Ese placer, con tintes pícaros, duraba unos segundos ya que el metro llegaba y abría su puertas justo donde se encontraban parados ella en la parte posterior del segundo vagón y él en la parte frontal del tercer vagón sentados casi uno frente al otro pero divididos por los vagones, sin embargo Candy podía ver como se acomodaba, abría su periódico y tomaba sorbos de su café. Ella bajaba primero por eso nunca sabía cuál era el destino de él, el rubio del metro.

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Cita a Ciegas
FanfictionUn anciano amigo de Candy le dice que ese día encontrará el amor. Puede ser su atractivo jefe Terry Grandchester, el hombre guapo que ve en el metro cada mañana o... su Cita a Ciegas.