Debía reconocer que nos habíamos descontrolado un poco.
Haciendo alarde de mi recién adquirida fuerza, tumbé a Alex sobre la cama y me senté encima de él. Había soltado un gruñido, aunque no estaba segura de si era por la sorpresa o por las vistas que estaba segura que debía estar disfrutando.
Le observé desde arriba, su abdomen musculado y sus brazos firmes. Sus manos fuertes y rudas, titubeantes, como si hubieran olvidado cómo era actuar con dulzura en vez de matar.
Le guié las manos, cogiéndoselas con suavidad y firmeza. Quería verlo al menos por un segundo descontrolado, y sabía que estaba consiguiendo acabar poco a poco con su autocontrol. Allá en el lugar de los angelitos el sexo debía ser un tema tabú, pero aquí yo ni siquiera era virgen, por el amor de Dios.
Alex había cerrado los ojos por un instante -sin duda reprochándose a sí mismo- y respiraba a trompicones.
En el fondo yo estaba algo sorprendida de la rapidez y seguridad con la que estaba llevando el asunto. No tenía ni idea de dónde nos encontrábamos, pero sabía que si Alex se había relajado tanto era porque estábamos seguros. Por otro lado, Alex conseguía olvidarme de todo. De todo. Con él no había secretos, ni sangre, ni mentiras, ni... bueno, sudor sí.
Habíamos logrado escapar del tornado, pero parecía que él me hubiera guiado hasta el mismo ojo del huracán, donde ambos nos manteníamos en calma mientras nuestro alrededor se volvía un torbellino borroso. Parecía que nos iban a arrasar en cualquier momento.
Y en cierta forma, lo sentía correcto. Nos atraíamos, y no veía lo malo en ello. Todos habían roto las reglas establecidas durante milenios. ¿Por qué no nosotros?
Me incliné hacia él. Mi pelo -echado hacia un lado-, le acariciaba el hombro, haciendo contraste con su piel y cabello morenos. Me acerqué un poco más, lo suficiente como para que nuestras respiraciones se entremezclaran y él entreabriera su boca.
Me sentía algo mareada, y no sabía si era por el agotamiento o la embriaguez que me producía tener el control sobre alguien tan inalterable como él.
-Mira, tío, ya han pasado dos días, deberías...- la puerta se abrió de golpe.
Di un brinco -Alex jadeó debajo de mí-, y me aparté violentamente. Cogí la camiseta que tenía olvidada al lado, y me la sujeté contra el pecho, roja de vergüenza. No me fastidies. No me jodas. Parecía que hubiera vuelto al instituto, cuando aún me pillaban en el servicio dándome el lote o fumando bajo la rejilla de ventilación.
Una carcajada familiar inundó la habitación.
-Ya veo que no has cambiado ni un pelo, Sarah.
Levanté la cabeza de golpe, y mi pudor se desvaneció.
-¿Travis?
Travis volvió la cabeza hacia la puerta, donde debía haber alguien esperando entrar.
-Espérese un segundo, padre, este paisaje tal vez resulte algo indecente para sus recatados ojos.
Me giré hacia la pared y me puse el sujetador deportivo. Después me dirigí corriendo hacia él. Me detuve a mitad camino, cuando me invadió un mareo súbito. La vista se me oscureció, y el suelo se volvió inestable bajo mis pies. Me llevé una mano a la frente.
-Hey, hey, hey. Tómatelo con calma, rubita- me aconsejó burlón.
Pestañeé profusamente hasta que las luces de colores tras mis párpados se desvanecieron, y me estabilicé. Le abracé con fuerza, hundiéndome en su abrigo de cuero. Había conseguido conservar restos de su antiguo -y barato- aftershave.
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...