33: Solos

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A la mañana una lechuza se golpea contra el vidrio de una de las ventanas y me despierto de golpe. Maldita lechuza, son las seis cuarenta de la mañana, ¿no podía golpearse a las doce del mediodía?

Cuando termino de maldecir a la lechuza, reconozco dónde estoy y veo que mi ropa es bastante impresentable, en pantalón de pijama y una musculosa ajena. Por suerte todos siguen durmiendo. Subo la escalera como una flecha y entro a nuestra habitación, y lo más silenciosamente que puedo saco una túnica limpia y mi mochila y me voy al baño a cambiarme. Guardo la ropa de Angelina en la mochila y me voy abajo a adelantar la tarea que no podré hacer hoy cuando tenga clase con papá.

Luego de acabar la tarea de Transformaciones y un segundo ensayo sobre el boggart para Lupin, me quedo pensando en Black. Pude enfrentarlo solamente porque era un boggart. Al verdadero Black no puedes vencerlo con una pila de libros. Dudas un solo instante y te mata.

Pero sí me enfrenté a mi segundo boggart, anoche. Lo enfrenté en la vida real y pude ganarle. Lavender no puede decir lo mismo de ella. Aunque sea difícil de creer, me siento más fuerte, más grande de lo que era ayer. Ella me ayudó a superar uno de mis peores miedos. Ya ni siquiera estoy tan consciente de que si me siento de tal o cual manera parezco más gorda. Soy Leyla y punto. Lo otro es insignificante. Al parecer es cierto eso de que lo que no te mata te hace más fuerte.

Y en eso mismo pienso mientras veo a George bajar la escalera de chicos, bostezando y aún con el cabello despeinado. Me saluda con la mano y yo sonrío.

—¿Haciendo tarea? ¿A esta hora? —se ríe—. Me da la impresión de que hay una parte de ti que no conocía.

Snape Snape Snape Snape Snape.

—Estoy llena de misterios. Mi segundo nombre es Esfinge. —Debe ser la pavada más grande que alguien haya dicho en el mundo, pero él sonríe y se sienta a la mesa.

—Fred sigue durmiendo, Leyla Esfinge. Todos duermen.

—En mi habitación también —digo... suponiendo que así es. Al instante se abre la puerta de mi habitación y sale Lavender con el cabello hecho un lío. Como si se hubiera acostado con el cabello mojado.

—¿Podemos ir a dar un paseo? —le digo a George, fingiendo ser tan valiente como Angelina.

—Sí, claro.

Meto mis deberes en la mochila y de un salto nos vamos los dos de la Sala Común, antes de que Lavender pase de vuelta y nos veamos. La Dama Gorda está molesta de que hayamos amanecido tan temprano y amenaza con contarle a todo el mundo que nos escapamos.

George se encoje de hombros ante lo que dice la mujer.

—Señora, si se lo dice a Filch —le digo—, por favor no le diga que fuimos a las cocinas.

—Sí, por favor —insiste George y junta las manos para rogar. ¿Quién se resistiría a eso?

La Dama Gorda vacila un instante antes de decir:

—Los jóvenes de hoy se creen tan listos... ¡Me acaban de decir a dónde van! Ahora no cuenten conmigo para guardar el secreto.

Fingimos grandes angustias y nos marchamos ofendidos. Cuando estamos lo suficientemente lejos, George se ríe. Su risa alegre retumba en el pasillo vacío. Se siente tan raro estar absolutamente solos.

—Sería genial —dice— que Filch nos fuera a buscar a las cocinas y no encontrara nada. O mejor, si encontrara...

—¿Una bomba fétida?

—Mente gemela.

—Si no estuviera Fred, todos creerían que yo soy tu gemela —digo, y nos reímos ante tal estupidez. Fred siempre está. Apuesto a que pocas personas los vieron por separado alguna vez, además de mí—. ¿Y de dónde vas a sacar una bomba fétida?

—Tú lo propusiste, ahora tienes la responsabilidad —dice él con cara de McGonagall y me hace reír.

—Ven acá, tienes el cabello demasiado despeinado.

Él es bastante más alto que yo, así que se sienta en la escalera y me deja hacer de peluquera. El corazón me late a mil por hora, pero trato de mantenerme calma.

—No me incendies el cabello, Esfinge —se ríe.

—Confía en mí. Estoy mucho mejor con mis poderes demoníacos.

El resultado no es mucho mejor que lo que ya teníamos antes, pero él mira su reflejo en una ventana y me da su aprobación.

—Podemos ir por aquí, nunca hay nadie a esta hora —dice señalando una puerta angosta que da a una escalera caracol muy pequeña. Bajar la escalera a su lado me da un cosquilleo en la nuca, pero trato de mantenerme cuerda y, en lo posible, de no pisar fuera de los escalones. Un piso más abajo, aún en la escalera, vemos un tapiz en la pared. Detrás hay un pasadizo que reconozco al instante: aquí estábamos la otra vez, antes del primer día de clases, cuando recordé que tenía que ir a ver a Snape y tuve que dejar a los dos gemelos solos en su tarea.

—Suelo guardar algunas cosas aquí en caso de emergencia. —George se arrodilla y por un segundo imagino que va a sacar un anillo y todo, pero en en realidad pasa la mano por el piso un par de veces hasta que encuentra una llave. Se levanta e introduce la llave entre dos bloques de piedra de la pared. Abre una especie de caja fuerte y mete la mano para buscar—. No está mal que conozcas este lugar. Oh, esto es grave. Es urgente ir a Zonko por más cosas. Qué mal, ¡no sé cómo Fred no me avisó que teníamos tan poco!

—Tendrás que esperar hasta Halloween para conseguir más.

George me mira sin responder.

—Ni pienses escaparte de la escuela mientras estén los Dementores.

Sigue mudo.

—George, vamos. No soy prefecta ni nada, pero es muy peligroso que salgas del castillo.

—Bien. Pero entonces ese día vendrás conmigo y me ayudarás a cargar con todas las cajas. Cada día que pasa significa más bombas para comprar.

—Hecho.

Vamos hasta donde quedan las cocinas y encontramos un montón de barriles apilados contra una pared. Dejamos una bomba fétida en un rincón, donde creemos que Filch puede tocar, y salimos corriendo antes de que tenga posibilidad de llegar. Cuando estamos lo suficientemente lejos, como dos pisos más arriba, escuchamos una gran explosión y un terrible olor y nos echamos a reír.



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Awww. Momento Leorge. ❤❤❤❤❤


Espero que les haya gustado. Muchas gracias a @heyitzdoraaa por los dibujos :)


Besos,


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Leyla y el prisionero de Azkaban | (LEH #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora