– Pues sí que te has puesto guapa – dijo Sara.
Eran las nueve de la noche y nos acabábamos de encontrar en el centro de la ciudad.
– La duda ofende, ¿sabes?
– Venga Candela no te lo tomes a mal, es sólo que nunca te pones vestidos, ni faldas. Ni siquiera para salir.
– ¿Te recuerdo que es invierno? – Sara me miró de reojo.
– ¿Y entonces por qué llevas esa falda hoy? Cuando sales con nosotras nunca te la pones.
– Ya sabes el calor que hace dentro de los bares, con toda a gente apiñada.
Sara resopló y nos quedamos en silencio, esperando a Alma. Yo sabía que no servía de nada intentar ocultar mis motivos, pero por alguna razón que en ese momento no quise ponerme a analizar no quería admitir que me había esforzado más en arreglarme hoy y que lo había hecho porque iba a ver a Jorge. Me había puesto una mini falda ajustada de cuero con un jersey ancho y botines de tacón. Y también me había maquillado más de lo normal, con la raya en los ojos y los labios de un color rojo oscuro que los hacían parecer más grandes.
– ¡Hola chicas! – Alma venía corriendo hacia nosotras – Se me ha hecho un poco tarde, lo siento. Le he tenido que pedir a mi padre que me trajera para poder beber esta noche y no sabéis lo pesado que se ha puesto para salir. ¡No he visto un hombre que tarde tanto en vestirse en mi vida!
Todas nos reímos y fuimos al restaurante donde yo había quedado con los demás. No era un restaurante de esos caros, era más bien un bar, donde cenar de tapeo. Al llegar los vimos a todos sentados en la terraza. Sí, en la terraza. Con el frío que hacía habían elegido la terraza. Buen día para decidir ir en falda con unas medias que no abrigaban nada ¿eh?
Me adelanté un poco y saludé a todos y luego les presenté a Sara y Alma, y empezaron a hablar con ellos como si los conocieran de siempre. Iba a sentarme al lado de Andrea cuando Sara me apartó de un manotazo.
– ¡Madre mía Andrea! ¡Me encanta tu abrigo! – exclamó, sentándose a su lado.
– Hace tiempo que me quiero comprar uno así, de pelo, pero no encuentro uno que me convenza del todo... ¿Ese de dónde es? – preguntó Alma, sentándose a continuación entre Sara y la silla vacía que quedaba. Al lado de Jorge. No sabía si adorar a mis amigas por dejarme ese sitio o si odiarlas por lo nerviosa que empezaba a sentirme. Miguel empezó la mirarme con una expresión divertida y me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo ahí de pie mirando a la nada, así que me senté y empezamos a pedir comida.
Fue muy divertido. Tampoco comimos demasiado, más bien bebimos un montón de cerveza. Ahora que lo pienso... no sé si de verdad fue todo tan divertido o si fue cosa del alcohol, pero yo me sentía genial. ¿Sabes ese momento en que estás bebiendo y te pones super contenta y empieza a darte igual? Mis amigas y yo lo llamamos "el punto feliz". Es cuando sigues perfectamente consciente de todo lo que haces pero has perdido la vergüenza y el resultado es que hablas más, ríes más y, normalmente, eres más pervertido. Lo cual explica por qué Sara acabó explicando muy seria que sus tetas eran demasiado pequeñas mientras todos se las mirábamos con interés.
Jorge no me dijo si iba guapa o no. Casi que mejor. A mí esas cosas de película donde llega la chica a un bar abarrotado y entonces el chico la ve entre la multitud, caminan un hacia el otro y al encontrarse él le susurra a ella al oído "estás preciosa" no me van. Me ponen incomoda. Mucho. Lo que sí noté es que me miraba. Y eso me gustó. Porque me miraba con interés, no como si fuera un trozo de carne.
***
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Soñar despierta
RomansaYo soy Candela y en este libro hay dos historias que en realidad son la misma: nuestra historia juntos y la historia de cómo me cambiaste.