Capítulo 4

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No puedo creerme todavía esto. ¿Cuándo podré volver? Quiero irme a casa y poder hacer mi rutina diaria. Me sabe mal dejarles preocupados...y sobre todo les hecho de menos, incluso a Julia. Lo único que sé es que pertenezco a una familia poderosa y nose qué de tataruabuelo mago. ¿Entonces yo soy maga también? Necesito averiguar de mi vida, de quién soy y mi propósito de estar aquí. No puedo creerme que Christian no me quiera decir nada. Necesito sacarle información cómo sea, ese ...imbécil no puede jugarmela así , asi que...

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un chillido tras el otro lado de la puerta. Y esa voz la reconocería en cualquier otro sitio.

—¡ Victoria , tienes quince minutos para preparte y recoger tus cosas !

No respondí. Aún estaba recién levantada y metida en la cama y no me apetecía hablar con nadie, y menos con alguien que no me deja saber nada.

Después de una ducha rápida, me vestí con unos vaqueros y una sudadera ancha azul marina conjuntada con mis converse blancas. Metí todo lo demás en la maleta que me prestó Christian. Y llegó la hora de mi marcha.

—Gracias por tus servicios Christian, espero verte pronto —Axel le dió un apretón de manos y ambos sonrieron.

Christian dirigió su mirada a mi y me dió un corto abrazo. De su bolsillo sacó un pequeño colgante de plata con un extraño dije que tenía forma de un sol y una luna unida, como si fuese uno solo.

—Victoria, quiero que lleves esto siempre —me mira— por nada del mundo debes quitártelo, esto te servirá de ayuda.

Christian apartó con cuidado mi pelo del cuello, y me puso el colgante.

—Gracias, es muy bonito— dije sonriendo. Nadie me había regalado algo así.

—Nos volveremos a ver pronto.

—Adiós, Christian.

Ya llevábamos tres horas andando, pero habíamos llegado a un paisaje donde no había nieve y hacía menos frío. Axel me estuvo contando la historia de los magos y de como se creó la academia. Según él, llevaba construida cien años y que al principio solo iban personas adultas, pero diez años después aquel que alcanzaba la mayoría de edad tenía que empezar a desarrollar sus poderes y a aprender hechizos. Supuestamente con veinte años empiezas a crear magia y sentirla por tu cuerpo ,sin embargo, hay ciertos hechizos pequeños que se pueden aprender incluso con dieciséis.

—Axel ,hay una pregunta que la tengo en mi cabeza desde que llegué aquí.

— Claro, dime.

—¿Cómo se puede ir y volver de Ágatha a mi mundo?

—Existe una pequeña bola de cristal de color rojo que si la llevas en la mano y piensas a donde quieres ir— miró al cielo un segundo— podrás llegar en un segundo sea adonde sea. Este mundo conecta con una brecha al tuyo para poder traspasarla.

—Entonces...

 —No— me interrumpe— sé que estas pensando, pero, me temo que esas bolas no se encuentran fácilmente. Pocos la tienen,¿entiendes?

Asentí. Ahora ya sabía como poder volver a casa, el único problema era como encontrarla.

—Victoria, quiero que te quedes con esto—de su bolsillo sacó un anillo de plata sencillo con un grabado de lineas onduladas—aún no entiendes el aghaleo, nuestro idioma.

—¿Aghaleo? Pero..pero si yo te entiendo a ti y...

—Él, un escaso número de gente y entendemos tu idioma—Axel puso en mi mando el anillo—esto te ayudará a comunicarte con los demás, como si supieras hablarlo a la perfección y, a la vez, ellos pensarán que hablas nuestro idioma.

—Entiendo, muchas gracias.

—Bien—Axel se quedó mirando hacia el frente, como si hubiese visto algo que añoraba—ya hemos llegado.

Mis ojos veían un gran castillo con grandes torres altas, tan solo una destacaba más que las demás. Había muchos árboles que rodeaban al castillo. Una puerta grande y alta de madera permitía su entrada y salida. Una vez dentro podía ver a mucha gente andando de un lado a otro. Algunos parecían tener mi edad y otros eran más mayores que yo. Todos vestían con ropa extraña, como si fuese medieval. Una simple camisa y pantalones. A la derecha podía ver una gran vivienda ,que supuse que era la residencia, que se dividía en dos. Una para chicos y otra para chicas. A mi izquierda había grandes mesas de maderas con sillas y un gran establecimiento, que parecía un bar. Había torres esparcidas por todo el lugar. En seguida un chico más o menos de mi edad se acercó a nosotros. Era alto, rubio y tenía los ojos de un color verde intenso.

—Bienvenidos —el chico se dirigió a mi y me estrechó la mano—tu debes ser Victoria, ¿no? Yo soy Jacob.

—Encantada—¿ Es que aquí me conocían todos o qué?

—Victoria, Jacob te enesañará las instalaciones, iré a buscarte en un rato.

Jacob y yo nos dirijimos primero a lo que sería mi habitación. Era pequeña pero era muy acogedora. La residencia era bastante grande y también había una sala común. Lo que me decepcionó era que no había ninguna biblioteca. Seguidamente me explicó el bar que vi minutos atrás. Allí comería cada día, con un horario bastante estricto. En la primera torre que entramos, se daban las clases a los novatos como yo; en la segunda, a los principiantes; luego otra a los semi-profesionales; y, la última, a los profesionales. Quedaba una torre por entrar pero ya era tarde, por lo que decidimos ir a cenar.

Nos sentamos en una mesa que hacía esquina. Ahí se encontraba una chica pelirroja con el pelo muy rizado, a su lado un chico con gafas y un poco de melena, estaba sentado junto otro chico con el pelo castaño que se encontraba sentado al lado de una chica rubia. Todos se quedaron mirándome.

—¿Qué pasa chicos? Esta es Victoria.

—Hola—dije un poco avergonzada.

— Hola, novata—la chica rubia me sonrió— yo soy Roxan. Ella es Aiden, el gafotas Jack, y éste Brant.

Todos me sonrieron y me acogieron con cariño. Estuvieron explicándome como iba esto detalladamente. Por lo visto, los únicos que estarían conmigo en clase era Aiden y Jack. Roxan estaba en principiante, y Brant y Jacob, en profesional.

Los chicos me contaron cosas de este país. Al parecer es muy común al mio. La única diferencia es que aquí no hay tanta tecnología como teléfonos móviles y ordenadores. Y la ropa de aquí, es bastante simple y nada moderno a lo que yo tengo. Todos piensan que visto rara. 

Después de cenar, me fui a mi habitación. Lo que más necesitaba era descansar. Echaba mucho de menos a mis padres. Me metí en mi cama e intentaba imaginar que mamá estuviese aquí.

Empecé a llorar en silencio hasta que me quedé dormida.

ÁgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora