Capítulo II

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Thor se arrodilló y miró con ternura a Iteylefh durante algunos segundos. Ella le regaló una sonrisa inocente. Y él colocó su mano sobre la nuca de la pequeña, con delicadeza como si fuese tan frágil que pudiese romperse con el más mínimo tacto. Tres años atrás, aquella niña de cabellos dorados, había llegado a su vida sin saber que se convertiría en la alegría más grande de su existencia. Pero en aquel momento él ya lo sabía.

Ella era su pequeña adorada, su hija y la princesa de Asgard.

Desde que él, había sido el elegido para cargar con la responsabilidad del trono en un futuro, supo que antes de ser un gran rey, primero se encargaría de ser un gran padre.

En la mano derecha sostenía una cadena de oro que contenía un dije con forma ovalada que en la parte frontal portaba un fino rubí, mientras que en la parte posterior en una base de oro el nombre de Iteylefh grabado en su centro. Fijó su vista en el collar y cuando regresó su atención a la pequeña niña de pie frente a él, suspiró al pensar lo rápido que el tiempo se había escapado de sus manos, exhumando los recuerdos de aquel tiempo en el que ella aún era una bebé de brazos que no sabía siquiera caminar. Esbozó una sonrisa ante la imagen de su recuerdo y luego le colocó el collar alrededor del cuello, como un regalo adelantado por su segundo cumpleaños, sin importarle que para ello todavía faltase más de una semana.

La moribunda luz del ocaso se filtraba a través de los amplios ventanales de los balcones y Thor llevó a la pequeña a contemplar el breve instante en el cual el crepúsculo se regía sobre el cielo, para verlo fenecer, mientras permanecían sentados en el suelo de los balcones.

Rápidamente, la oscuridad recubrió el vasto firmamento salpicado de estrellas de tal forma que Thor se animó a hablarle de los nueve mundos durante un lapso de tiempo incalculable hasta que la niña soltó un bostezo involuntario. Haciéndolo caer en cuenta de que, de manera inconsciente habían pasado un largo rato ahí.

—Thor —musitó Frigga, sorprendiéndolo con su inesperada presencia—. Yo creo que la niña ya escuchó suficiente de los nueve mundos y de leyendas Midgardianas. Ya es momento de que duerma.

—Madre, que sorpresa me diste. ¿Cuánto tiempo llevas ahí? —agregó Thor, girándose para verla con una amplia sonrisa en el rostro. Ese tipo de sonrisas en Frigga, no eran muy comunes. No la había visto sonreír de esa forma desde hacía un largo tiempo... o al menos, no desde la llegada de Iteylefh a Asgard.

—El tiempo suficiente como para saber que eres un padre excelente con tu hija y haber escuchado el bostezo de Iteylefh.

El rubio sonrió ante las palabras de Frigga, pues, aquel elogio lo hizo sentirse verdaderamente orgulloso de si mismo. Se levantó del suelo, tomó una inhalación profunda y dio un vistazo furtivo al cielo para después mirar a su pequeña hija, quien escrutaba el cielo con curiosidad.

—Iteylefh ahora es lo más importante en mi vida, sólo quiero ser un gran padre para ella —replicó Thor, con solemnidad.

Frigga asintió.

—Aunque creo que, después de todo, ella heredó de Loki, ser alguien de pocas palabras —repuso el rubio, ayudando a la niña a levantarse del piso.

Al oir la mención del nombre de Loki, la expresión de Frigga cambió radicalmente, borrando la sonrisa de su rostro.

—¿Sucede algo? —inquirió Thor.

—Loki... pasa demasiado tiempo solo. A veces encerrado en su alcoba, otras en la biblioteca —Frigga negó con la cabeza, desaprobatoriamente—. Me preocupa la actitud de tu hermano. Se ha vuelto muy evasivo con todos... ya casi no lo reconozco, es como si se hubiese vuelto un completo extraño.

Principe del engañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora