Capítulo III

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Aquel incómodo silencio durante el desayuno se había prolongado de nueva cuenta, haciendo tan evidente como siempre la ausencia de Thor, en la mesa, en el palacio y en sus vidas. De manera que, al no hallar ningún tema de conversación que sacar a relucir, Frigga se limitó únicamente a comer, extrañando de forma estoica las animadas conversaciones de su hijo mayor en aquellas épocas de jovialidades ya pasadas y observó de soslayo a Loki, curiosa por su encontrar algún cambio en su actitud.

El ojiverde parecía nunca abandonar su gélida austeridad. Y Odin continuaba igualmente absorbido en sus pensamientos sin hablar para nada.

El suave eco de la voz del rubio pareció resonar a lo lejos entre los pasillos, sin embargo, Frigga no hizo caso, dispuesta a terminarse los alimentos de su elaborado platillo, pues, comenzaba a creer que por instantes el sonido de la voz de Thor la acosaba por el insistente anhelo de que finalmente regresara a Asgard con Iteylefh.

Hasta que la repentina entrada del rubio en el gran comedor, la hizo consciente de que no había imaginado su voz, porque él estaba realmente ahí. Frigga no pudo evitar sonreír ampliamente, se levantó de su asiento y corrió al encuentro de Thor para envolverlo en un caluroso abrazo de bienvenida. El hecho de volver a verlo después de tanto tiempo, la inundó de alegría.

Él le correspondió el abrazo, pero la expresión de su rostro permanecía rígida, reflejando los resultados negativos de su búsqueda sin éxito.

—¡Thor! —exclamó Frigga—. Hijo... te fuiste por un largo tiempo.

—Madre, lamento informarte que todavía no he terminado mi búsqueda y sólo planeo quedarme en el palacio algunos días —replicó Thor, exhausto.

—¿Cómo? —intervino Odin, levantándose de su asiento.

El rubio suspiró cansinamente.

—Pero has estado fuera de Asgard, por casi cinco años —alegó Frigga, angustiada.

—Mi próxima meta es hallarla en Midgard, quizás allí tenga más suerte —repuso Thor.

Loki tosió, atragantándose con el bocado de comida, al oír esas palabras. Tomó un gran trago de su copa de vino y trató de parecer sosegado, al notar que Odin, Frigga y Thor lo miraban.

—Muchas gracias por no ayudarme, yo puedo solo —espetó Loki, con un sarcasmo exagerado entintando su voz—. Por suerte no me ahogué con la comida. Así que, no se preocupen por mí, vuelvan a lo que estaban.

—¿Estás bien, Loki? —preguntó Frigga, dando algunos pasos en su dirección.

—Qué más da. A nadie le importa realmente —contestó, poniéndose en pie para irse—. Ahora, si me disculpan me retiro. Perdí el apetito.

El rubio meneó la cabeza.

—Loki, espera —dijo Thor, tratando de detenerlo.

El ojiverde hizo caso omiso y salió del comedor.

—A veces no logro comprenderlo cuando se enoja por bagatelas sin sentido —susurró Frigga.

—Quizás está demasiado consentido el nene —bromeó el rubio.

Frigga sonrió ante el buen humor de su hijo mayor.

—Thor —dijo Odin, a modo de regaño.

—Perdón... sólo me dejé llevar. Hace tiempo que no bromeaba con nadie y necesitaba ver a mi familia para deshacerme de todo este estrés —explicó Thor, haciendo explicito su arrepentimiento por la mala broma.

—Eres consciente de lo agotado que estás y del tiempo que te has ausentado en el reino —replicó Odin, con firmeza.

Thor asintió.

Principe del engañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora