Acababa de sonar la campana en el colegio, pero un minuto antes todos los alumnos estaban recogiendo a espaldas del profesor para poder bajar cuanto antes al recreo. Un bullicio de gente se apelotonaba en los pasillos, bajando las escaleras, como si hubiese un incendio y la única salida fuera una pequeña puertecilla que conducía al patio.
-Que peñazo, ¡no es más que principios de enero y ya estamos hasta arriba de trabajos! Que si el romanticismo, que si final dramático, amor imposible, fuerza del destino…- ridiculizó con vocecilla burlona- ¡Vaya mierda! ¿Pero de que me sirve a mí todo eso? ¡Pues de nada!-dijo Mario desquiciado.
-Pues… A ver Mario, son trabajos que tenemos que hacer porque algún día nos servirán de algo, digo yo- contestó Ignacio. Ignacio era el mejor amigo de Mario. Tenían muchas cosas en común: eran buenos estudiantes, estudiaban música, les gustaban los deportes y les encantaba quedar a todas horas, ya fuese para estudiar, para comer, para dar una vuelta…- Piensa que estamos en 4º de la ESO, no es nada comparado con lo que se nos va a venir encima en bachillerato.
-Ya pero…- Mario suspiró llevándose las manos a la cabeza, últimamente estaba muy agobiado, no le daba tiempo a hacer nada. Y por si fuera poco, no se le quitaba de la cabeza una compañera de clase.
Ella se llamaba Aisha, era la chica más guapa del instituto, al menos para Mario. El problema es que nunca había hablado con ella, bueno, alguna vez para los deberes, para corregir alguna duda… pero nada serio. Provenía de una familia musulmana, que había llegado a Albacete hace unos siete años, cuando Aisha no era más que una niña. En Albacete sólo vivían su padre, su madre, su hermano y ella. El resto de la familia vivía en Irán.
Aisha era de tez morena, ojos verdes y pelo castaño oscuro. Era más o menos alta, casi de metro setenta y delgada como una aguja. Su mirada, esa hermosa mirada llena de misterio y de ternura, era lo que más le gustaba a Mario. Sin embargo él era de piel clara, ojos morenos y pelo castaño claro, casi rubio.
Los dos amigos salieron al patio, se comieron su bocadillo y pasaron las tres últimas horas de clase dando historia, matemáticas y física. Cuando salieron del colegio, Ignacio no pudo evitar preguntarle a Mario por qué estaba tan raro.
-Mario, tío, ¿te pasa algo? Joder, si es que parece que estás en babia. Últimamente no te enteras ni de la media. Llevamos días sin quedar, siempre tienes cosas que hacer…- el amigo parecía muy irritado- pero bueno Mario, ¿me estás escuchando?- su tono de voz se elevó más de lo habitual al ver que su amigo no parecía escucharle, tanto que el grupo de gente que había a su alrededor se les quedó mirando.
- que sí, que te estoy escuchando. Pero es que… no puedo pensar con claridad.
-Por qué Mario, por qué. ¿Qué es lo que te pasa?- ahora sí que parecía preocupado.
-Es por Aisha- confesó Mario tras unos segundos de silencio.-creo que me está empezando a gustar, que estoy enamorado de ella.
La cara de Ignacio no decía nada pero lo decía todo. Se le habían abierto los ojos y la boca, incrédulo de lo que acababa de escuchar.
-¡Oh, no, tío! ¿La mora?- lo cierto es que era un poco racista. Pero esto tenía un porqué del que no le gustaba nada hablar. Años antes, su hermano mayor había muerto en el atentado del 11-M en Madrid, debido a un ataque terrorista. Desde ese momento Ignacio tenía un odio visceral, verdadero resentimiento contra los musulmanes, pues estaba convencido de que querían imponer su religión incluso por medios violentos.- ¿Pero tú estás loco?, con la cantidad de tías que hay y te fijas en ésa, ya sé que está buena pero es una mora.
Este dato lo conocía Mario, pero aun así le molestaba que no hiciera distinciones, que para él todos los musulmanes fueran iguales.
- Deja de llamarla así, ¿vale?- Mario le dirigió la más severa de sus miradas, se dio la vuelta y con paso firme se dirigió hacia su casa.