CAPÍTULOTRECE
LA SALVACIÓN VIENE POR CORREO
Octavio:
Siete días bastaron para acabar el proyecto conservador y temeroso de doña Hilda. Siete días fueron suficientes para que los sueños de cristal de Catalina la pequeña se rompieran en tantos pedazos como pedazos tiene el rompecabezas de la vida. La jovencita jamás volverá a ser la misma. Sabe que le mintieron y saldrá a luchar contra unos demonios que acaban de entrar en su vida a enlodarlo todo. Su alma ya no es portadora de inocencia. Sabe que la ultrajaron y no descansará hasta beber sangre caliente, con un pitillo clavado en el corazón de sus victimarios. Sus venas son autopistas por donde viaja veneno mortal a velocidades espeluznantes, a temperaturas miedosas. Su piel ya no conserva la tersura de antes, en su corazón ya se inoculó el gen depredador del rencor.
Desde que a Catalina le anunciaron que esa tarde volvería a su casa, empezó a cavilar su venganza, la manera fría de hacerles pagar a las Diablas esta magna injusticia. Todavía está por descubrir el estado lamentable en que encontrará a sus padres, víctimas como ella de vejámenes, torturas psicológicas y un sinnúmero de aberraciones. Apenas los vea quedará llena de motivos para nunca, en adelante, considerar el paso a seguir. La ruta está marcada. Catalina invocará las almas de sus hermanos muertos y les pedirá que la impregnen de su ignorancia y su atrevimiento, para no tener que pensar mucho a la hora de actuar contra sus enemigas.
Cuando Yésica me contó lo que hizo con Catalina y con sus padres, sinceramente la regañé. No me cupo en la cabeza tanta maldad. Me sentí terriblemente mal por no haberles podido negociar la casa y de ese modo evitarles este sufrimiento. Recordé en segundos las cosas perversas que había hecho en esta vida y me consolé al pensar que no soy el más malo. Hay peores que yo y eso me libera un poco la conciencia. Los políticos nunca matamos a nadie, mandamos a matar. Los políticos jamás robamos el erario, entregamos contratos para que otros roben y nos manden la comisión. Sin embargo, acepté el encargo de ir a recoger a Catalina la pequeña y a su madre hasta sus sitios de reclusión. De un lado para convencerlas de mi amistad sincera, y del otro, y este fue el mandado de la Diabla, para que las indujera a ir por el dinero que "supuestamente" les dejó Catalina la grande en una guaca y así poderlos desaparecer para siempre de la ciudad. Y aquí viene lo peor:
—Si no aceptan vender la casa, no le demos más largas a este asunto, Octavio. Necesito que las lleves a esta dirección —me dijo, entregándome un papel con las coordenadas de una bodega a las afueras de la ciudad.
—¿Para qué quieres que las lleve a ese lugar? —Le pregunté, haciéndome el desentendido.
—Me voy a curar en salud. Hay que desaparecerlas.
—No puedes hacer eso —le dije con angustia, temiendo terminar involucrado en un crimen.
—Sí puedo, —me dijo y agregó— tranquilo que no habrá testigos, no hay dolientes. Albeiro morirá esta misma tarde en la cárcel. Ya dejamos planeado todo el atentado.
Con esa soga al cuello me fui a recogerlas. Mi misión era salvarles la vida y para ello tenía que convencerlas de vender su casa. Era la única forma de calmar a Yésica. La Diabla sabía que Hilda y su hija saldrían furiosas a tratar de vengarse y no descartaba que lo hicieran reclamando la herencia de Marcial.
Primero recogí a Catalina. Obviamente se extrañó al verme y se rehusó a subir a mi camioneta, pero su estado era tan lamentable que le quebré la desconfianza con un abrazo sincero. Lloró en mi pecho y sus lágrimas penetraron a mi alma porque desde ese instante la amo. Lloré con ella. Me conmovió tanto que maldije a la Diabla en silencio.
ESTÁS LEYENDO
Sin Senos Sí Hay Paraíso
RandomCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...