16. Bola de Mercúrilo

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Cientos de ojos de sapo flotaban y se movían en aquel líquido verde como si tuvieran vida propia, diminutos todos ellos y pegados unos contra otros, apretujados entre las paredes vidriosas de aquel pequeño y viejo tarro; dos conejos sin vida colgados boca abajo con su fino y suave pelaje ahora pegajoso y manchado de sangre; un bote de manchado cristal lleno de pequeños insectos tales como hormigas, cucarachas, grillos, escarabajos, moscas y pequeñas larvas blancas; un bote de sal negra, reluciente bajo el tenue brillo de las danzantes llamas que brotaban de los dedos del mago Sapientem, y un pequeño cilindro lleno de negro mercurio. Todos estos ingredientes estaban dispuestos sobre y encima de la mesa de madera en la que Sapientem y Cannien hacían sus mezclas y sus pociones,  todo ello en el interior de uno de los tenebrosos laboratorios que ambos tenían en el interior de su guarida en aquella oscura cueva.

Sapientem sonrió. Miró si estaban todos los ingredientes, contó los conejos que necesitaba (dos, ni uno más ni uno menos), comprobó que sí había larvas en el bote de insectos y movió el cilindro de mercurio para ver si seguía líquido (ya que en el Mundo de la Magia el mercurio contiene componentes mágicos que lo vuelven sólido al cabo de los años pero que también lo hacen mucho más poderoso). Entonces Sapientem oyó los gruñidos de Cannien a sus espaldas.

-¿Están todos, mi señor? -preguntó el hombre-lobo olfateando el bote que contenía los ojos de sapo.

-Solo falta una cosa... -Sapientem sonrió sin apartar la vista de los ingredientes y se giró hacia el lado más oscuro de la habitación.

De dicha oscuridad apareció andando Decapito Cooper vestido con aquella camisa blanca que continuaba desabrochada mostrando su pecho tatuado y estampado de collares, con unos pantalones oscuros y con unos brillantes zapatos negros. Deceptio se atusó el bigote y la perilla y se echó el grasiento pelo hacia atrás, como solía hacer siempre. 

-...necesitamos algo que comparta la misma sangre que el chico... -terminó de decir Sapientem sin dejar de sonreír.

Deceptio se acercó hasta la mesa de mezclas, alargó el brazo y abrió un cajón que había en una estantería contigua a la mesa de madera. Metió sus largos y huesudos dedos dentro y sacó una tijera cubierta de telas de araña de su interior. 

-¿Pelo? -preguntó Cannien.

-Si, pelo... -contestó Sapientem con la mirada fija en las tijeras- El pelo de Deceptio es negro como el de su hijo, sangre de sangre. Podremos ver dónde se encuentra...

Deceptio se llevó las tijeras a su oscura y larga cabellera y cortó un mechón de pelo. Sapientem lo recogió y lo dejó sobre la mesa junto a los botes de ojos de sapo y de insectos.

-Nunca he visto una Bola de Mercúrilo... -dijo Cannien mientras abría la boca para comerse a los dos conejos muertos que colgaban sobre sus cabezas.

-¡No! -gritó Sapientem mientras daba un codazo al hombre-lobo- ¡Necesitamos dos conejos para hacer la poción!

Cannien cerró sus fauces y se colocó detrás de Deceptio.

-Muy bien... Allá vamos -dijo Sapientem mientras agarraba el recipiente cilíndrico lleno de mercurio.

El mago quitó el tapón y Cannien colocó un pequeño caldero ennegrecido en la mesa. Sapientem empezó a verter el mercurio en el interior del caldero y cuando estuvo todo dentro volvió a cerrar el recipiente cilíndrico. Lo dejó a un lado y continuó con el siguiente bote, el que estaba relleno de cientos de ojos de sapo. Mientras Sapientem abría el bote y vertía los ojos en el caldero, Deceptio agarró el recipiente que contenía a los insectos y colocó la palma de su mano en la base. Entonces su mano empezó a adquirir un color rojo brillante y Deceptio empezó a calentar el bote de cristal. Los insectos de su interior empezaron a agitarse y a volar de un lado al otro hasta que todos perdieron la vida, achicharrados por el calor que desprendía la mano de Deceptio.

-¿Están muertos? -preguntó Sapientem mientras agarraba por la parte de arriba el bote de insectos.

-Si... -contestó Deceptio mientras cogía los dos pequeños conejos y los despedazaba en partes.

Primero echó las ocho patas, después los dos cuerpos y por último las dos cabezas. Cada una de las partes de los conejos empezó a desintegrarse en el líquido negro que reposaba en el fondo del caldero y pronto no quedó ni un solo pelo. Después Sapientem abrió el bote de insectos, que ya se había enfriado, y vertió todos los bichos muertos en el líquido. Cada vez que un insecto se sumergía en aquella maloliente mezcla negra un hilo de humo gris salía disparado hacia arriba. 

-Solo queda la Sal de Sirena y el mechón de Deceptio... -explicó Sapientem.

Cannien quitó el tapón del bote de aquella sal negra y se lo entregó a Sapientem, que lo agitó un par de veces sobre el caldero y lo volvió a cerrar. Después agarró el mechón de pelo negro de Deceptio y lo echó en la poción para acabarla. Después dio un paso hacia atrás, y lo mismo hicieron Cannien y Deceptio. Una nube negra salió del interior del caldero y Sapientem dijo unas palabras mágicas en alto:

-¡"Bolas de Mercúrilo, del caldero os tenéis que levantar, pues al señor que os ha creado el paradero de Adler Cooper debéis mostrar"!

De pronto el líquido negro, que ahora era mucho más brillante y viscoso, empezó a moverse en el interior del caldero. El caldero empezó a tambalearse por el movimiento que había en su interior y se cayó al suelo con un sonido metálico. El líquido negro fluyó de su interior como si tuviera vida propia y empezó a elevarse en el aire en forma de pequeñas bolas, que poco a poco empezaron a juntarse unas con otras y formaron una gran bola negra y brillante que quedó suspendida en el aire. 

Sapientem se acercó a la viscosa bola negra y la tocó con su dedo índice. Entonces la bola se empezó a mover y poco a poco empezó a proyectar en su superficie lo que parecía ser una playa.

-La Bola de Mercúrilo funciona... -dijo Cannien sonriente.

-Sí, pero aún no hemos visto a Adler... -contestó enfadado Deceptio mientras se acercaba a la bola flotante.

Entonces la playa desapareció de la superficie de la Bola de Mercúrilo y apareció en su lugar un coche que conducía junto al mar. En el interior de dicho coche había un par de muchachos, uno conduciendo y otro de copiloto.

-¡Adler y Ryan! -gritó Deceptio- ¿A dónde coño van?

Entonces Sapientem se acercó a la Bola de Mercúrilo y vio algo más en el coche:

-No están solos. Alguien les acompaña en el coche...

Deceptio se acercó también a la Bola de Mercúrilo y vio que en los asientos traseros del coche se encontraba un hombre con un gran bigote bajo su nariz. Deceptio conocía a aquel hombre:

-El Profesor Turpitúdinem...

-Mierda... -dijo Sapientem mientras se daba la vuelta y se llevaba las manos a la cabeza.

El coche que se reflejaba en la superficie de la bola llegó a un puerto llamado "Portáequor", el puerto irlandés de los magos. Adler, Ryan y Turpitúdinem bajaron del coche, se acercaron a uno de los muchos muelles, hablaron con el capitán de uno de los barcos y subieron en uno pesquero. Cuando el barco salió de Portáequor y empezó a adentrarse en el mar, Deceptio se fijó en un pequeño letrero que colgaba en la parte trasera del vehículo: "Dumbarton Port".

-Dumbarton... -leyó Cannien- Eso está...

-... en Escocia... -terminó de decir Deceptio.

-¿Qué? -dijo Sapientem desde el otro lado del laboratorio- ¿Escocia?

-Escocia -volvió a repetir Deceptio por si no había quedado claro.

-Eso quiere decir... 

-Que se dirigen a Loch Leven en busca de Excálibur... -Deceptio se giró y miró a Sapientem, que se encontraba apoyado en una mesa con los ojos como platos- Adler ha descifrado el código que dejé en la celda...

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⏰ Última actualización: Sep 16, 2016 ⏰

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ADLER  COOPER  1 : y el Misterio de la Espada DesaparecidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora