Preguntas sin respuesta y héroes

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Bueno, para aquellas hermosas personas que me siguen en Facebook y ya sabían que iba a publicar esto primero que nada, quiero extenderles una disculpa. Sé que había prometido que esto estaría aquí desde hace más de una semana, pero, ¿qué les puedo decir? La escuela me mantiene tremendamente ocupada. Acabo de empezar la preparatoria, y definitivamente tengo poco tiempo para mis escritos. Así y todo, prometo encontrar un equilibrio y pasarme más por aquí tan pronto pueda.

Como sea, el 23 de agosto fue el cumpleaños de una personita muy, muy especial. Estoy hablando de mi hermana, Laura a quien dedico esta historia. Se me hace una locura pensar que "Lanzar una flecha o ganar una apuesta" (su regalo del año pasado) ya tiene un año de publicada... esto es una locura y, claramente, nada de esto sería posible sin todo su apoyo así que... ¡muchas gracias!

Sin más por el momento, los dejo leer, pues creo que ya me he retrasado lo suficiente. ¡Espero que les guste!

PD: advierto desde ahora, consíganse una caja de pañuelos y un mapa de Italia. No voy a repetirlo. Después no digan que no les advertí.

Casi lo olvido, esta historia participa en el Reto "El terreno de Afrodita" del foro "El Monte Olimpo"*. Por supuesto, lo único que me pertenece son sus lágrimas del final, por las cuales, les digo desde ahora, me arrepiento. De verdad espero que no me odien demasiado a partir de ahora...

Preguntas sin respuesta y héroes

«Guerra» era una palabra espantosa. Sencillamente no había nadie que opinara lo contrario. Y era mucho peor verla que imaginarla.

«¿Te has preguntado alguna vez si son los monstruos los que provocan la guerra o si es la guerra la que genera los monstruos?», eso es lo que su padre, Apolo, médico de guerra igual que él, decía.

Will nunca había cavilado semejante pregunta por más tiempo del necesario, porque Apolo siempre se mostraba reacio a responder cualquier cosa que tuviera que ver con su participación en la Gran Guerra de 1918 más allá de esa abstracción que murmuraba entre dientes.

Cierto era, también, que Will no quería escuchar algo así, no del todo. Por supuesto que sabía que su padre había servido en la Gran Guerra; por supuesto que sabía que Apolo aún se culpaba por los cientos de soldados que había visto morir sin poder hacer más que ignorar sus gritos de agonía.

Por supuesto que sabía que ni un siglo con todas sus noches sería capaz de hacer que su padre olvidara lo que había visto.

Sin embargo, lo cierto es que ni siquiera tuvieron ese añorado siglo de paz para recoger los pedazos rotos de un mundo calcinado.

Tuvieron apenas veintiún años para retomar sus vidas, para reconstruir o iniciar familias y para intentar borrar sus memorias antes de que en 1939 estallara una Segunda Gran Guerra, ésta mucho más catastrófica que la primera.

―*―*―

Para ser honesto, Will nunca había pensado que en algún momento debería marchar a la guerra. Cuando había escogido la carrera de medicina lo había hecho meramente para ayudar a otros como su padre, que había fallecido hacía poco.

Tenía veinte años* y apenas era un estudiante, pero aprendía rápido y la sangre derramada no lo paralizaba más que en sus propias pesadillas. Corría el año 1943 cuando fue mandado a Italia, más específicamente, a Sicilia, siguiendo al ejército de los Aliados.

Sinceramente, Will odiaba el tener que amputar miembros e intentar hacer algo cuando sólo estaba a algunos metros del campo de batalla; odiaba la impotencia de saber que ni de cerca podría salvar a todos los heridos, algunos apenas mayores que él.

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