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Narra Jennifer

La noche del sábado pasó agónicamente lenta. Gabriela había herido mi ego el en el bar al haberme rechazado indirectamente durante todo el día hasta que una zorra llegó y ella no dudó en irse a su lado, es decir, ¿cómo pudo hacerme eso? Además, esa estúpida sólo quería acostarse con ella porque se veía fácil, esa clase de personas me dan asco. Y es precisamente la clase de persona que soy, pero cuando yo lo hago está bien.

Desperté con dolor de cabeza y mal humor, pues la resaca hacía de las suyas. Lo peor fue que no desperté al medio día como estoy acostumbrada, sino a las 8am con una molesta voz acompañada de unos golpes en la puerta.

—Por favor, abre._ pidió por cuarta vez Gabriela desde el otro lado. Suspiré y me coloqué la almohada sobre la cabeza para no escucharla. Lástima que ese método no fuese muy eficaz. —Te hice el desayuno.— una voz en mi cabeza me decía que no debía aceptar la comida de la primera chica en rechazarme, pero otra voz me decía que se tomó la molestia de cocinar para mí.

De mala gana me levanté y abrí la puerta lentamente para ser recibida por una aliviada y bonita sonrisa de su parte. Sus verdes ojos me suplicaban perdón por algo que estoy segura que no logró entender. Entre sus manos había un plato de huevos fritos, tostadas con mantequilla y unos trozos de tocino que se veían deliciosos, además de que se las arregló de alguna forma para colocar el jugo, que parecía de guayaba, encima del plato sin causar ningún desastre.

—H-hice lo mejor que pude para que quedara decente.— se apresuró en decir. La verdad se veía sabroso. —Si no te gusta entonces podemos ir a comer a algún lado o— la callé tomando con cuidado en plato y colocándolo sobre mi pequeño escritorio donde estaba mi laptop. Voltee a verla y tenía una tímida sonrisa.

Joder, no podía molestarme con ella.

—Gracias.— dije mientras me acercaba a la puerta donde ella estaba mirándome impaciente. Fruncí el ceño. —¿Qué?

—¿Me podrías decir si está bueno?— susurró nerviosa bajando su vista. ¿No tenía ni una gota de confianza en sí misma?

—No tengo la obligación de hacer eso.— me encogí de hombros y me recosté en el marco de la puerta dándome el lujo de admirar su cuerpo. Una camisa de mangas largas azul oscuro, unas cholas y un pantalón corto era lo que llevaba. Su cabello estaba ligeramente despeinado y aún así se veía linda. —Estás bonita, como siempre.— confesé de mala gana. Mi mal humor no me permitía coquetear apropiadamente y el dolor de cabeza no ayudaba. Ella se sonrojó y puse una mano en mi frente cerrando los ojos para tratar de ignorar el dolor. —Joder.

—¡T-te traje esto!— cuando abrí los ojos estresada por su tono de voz me di cuenta de que sostenía una píldora. —Te ayudará... A mí me ayudó.— murmuró.

Asentí con la cabeza y la tomé entre mis manos. Cuando nuestros dedos se cruzaron sentí revoloteos en mi estómago.

No.

Negué con la cabeza mis locas ideas y me metí la píldora a la boca dirigiéndome a donde estaba el plato.

***

—Eres buena cocinando.— alagué cuando terminé de comer, ambas estábamos en mi cama.

De alguna forma terminé aceptando su presencia y le permití acompañarme a comer. Ella sonrió ante el halago y de nuevo mi estómago estaba alterado.

Es dolor estomacal, sólo eso.

—Me esforcé para que quedara bien.— asentí con la cabeza. —Quería buscar una forma de disculparme por forzarte a intervenir ayer luego de que te abandoné.

Cálida como el sol. (Yuri) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora