Capítulo 20

4.8K 190 9
                                    



"No te apures, es tu primer día" se repetía David ante la inmensa puerta del banco de los magos. "Entras, te presentas y que te lleven donde sea". Suspiró. Miró hacia arriba. No era un día muy bonito y no había gente por la calle. Dio un paso, luego otro y ya se encontraba subiendo los escalones para entrar en Gringotts.

Saludó al guarda de la entrada con una sonrisa que más bien pareció una mueca. "Relájate, David. Estás preparado para esto. Cuidado con no tropezarte por favor te lo pido". Intentando parecer seguro de sí mismo entró por la puerta.

El banco era excepcional. De una riqueza increíble. Era un trabajo muy importante, por lo que se debía tener en consideración que se sometían a mucha presión los que allí se encontraban. No los duendes, por supuesto. Ellos por naturaleza controlaban y entendían el dinero y la moneda como auténticos expertos.

- ¿Nombre? – le preguntó un duende de repente. Su fea cara le miraba con una expresión de desagrado desde abajo. David apretó con fuerza la carpeta que llevaba y parpadeó varias veces.

- David – dijo por fin -, David Bowen – el duende miró despacio una lista que llevaba en sus manos. Paró. Sacó del bolsillo de la pequeña camisa que llevaba puesta unas gafas tan finas que parecía que se iban a romper en cualquier momento. Se las puso y volvió a mirar la lista. La parsimonia con la que llevaba aquel tema ponía aún más histérico al pobre David. Finalmente, asintió ligeramente.

- Si puede hacer el favor de esperar en aquella sala de allí, señor...Bowen – frunció el ceño como si su apellido fuese algo difícil de pronunciar y señaló una puerta de color rojizo situada a su espalda. -. Alguien le acabará llamando.

La sala era pequeña. Había unos cuantos sillones y sillas y una pequeña mesa en medio. El papel de pared agobiaba, estaba lleno de flores y dibujos muy rococó. En cuanto David entró, pudo ver a un par de chicos de su edad, también con carpetas y con semblante nervioso, y a una chica sentada en la otra punta de la sala.

David saludó con educación y decidió sentarse en una de las sillas. Juntó sus manos. Vaya si estaba nervioso. Era su primera entrevista de trabajo, aunque ya sabía que le habían otorgado aquellas prácticas. Se pasó la mano por el pelo y se entretuvo contando la cantidad de rosas blancas, amarillas y rojas que había decorando la pared de en frente.

Miró de reojo a sus acompañantes. Los chicos hablaban cordialmente, aunque con la típica tensión de quien no se conoce entre sí. Uno de ellos parecía más serio, apenas miraba al otro, y esbozaba de vez en cuando una sonrisa cínica. Era moreno, de complexión atlética e iba perfectamente vestido. David echó en falta la chaqueta que había heredado de Dios sabe quién. Iba con una camisa y unos pantalones arreglados. Aunque no se había puesto mocasines. ¿Quién llevaba esas cosas en los años en los que estaban?

El otro muchacho tenía unos rizos escandalosamente llamativos de color rubio. Este, sin embargo, iba con un chaleco a rayas muy moderno y una pajarita. "Viva la diversidad, David", pensó.

Y se fijó en la chica. Era de piel oscura, tenía el pelo recogido con un pañuelo que adornaba toda su cabeza y llevaba un vestido blanco que contrastaba muy bien con ella. Recorrió con la mirada las largas piernas hasta llegar a unos delicados tacones verdes que adornaban sus pies. Volvió la vista hasta la cara de la chica y se dio cuenta de que le estaba mirando. Nervioso, carraspeó apartando la mirada y con el tembleque de las piernas tiró la carpeta al suelo, saliéndose así todos los papeles de dentro. "¿Pero esto no pasaba solamente en las películas?", se preguntó, maldiciendo su suerte. Se acordó de su hermana, ___, que siempre le decía que era un torpe, aunque él estaba seguro de que la que siempre metía la pata era ella.

Te doy media noche. [Fred Weasley y tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora