Capítulo uno

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Si algo caracterizaba a la patrulla de Julián, Amelia y Alonso era que en sus diferencias se encontraba el equilibrio. Habían conseguido, entre otras muchas cosas, que los nazis no cambiaran la historia, que el Quijote llegara a escribirse y que las obras de Velázquez no se quemaran en el incendio del Alcázar de Madrid.

No era de extrañar, entonces, que se les encomendara otro tipo de misiones no tan divertidas. La propia Amelia Folch siempre terminaba encargándose del ajetreado papeleo al final de la jornada. Así que no se sorprendieron cuando el subsecretario del Ministerio, Salvador Martí, les hizo llamar para una misión poco corriente.

—Buenas tardes —les saludó—. Por favor, siéntense.

En el mismo y anticuado despacho también se encontraban Ernesto Jiménez e Irene Larra. Lo que en realidad les sorprendió fue encontrarse en el apartado sofá a tres muchachas que no aparentaban más de veinticinco años.

Una de ellas, la que se veía más tímida, parecía que deseaba que el sofá la atrapara, pues tenía las mejillas encendidas de vergüenza.

La que se sentaba a su izquierda, sin embargo, observaba con una sonrisa de oreja a oreja cada recoveco del despacho con los ojos como platos.

La última se sentaba de manera rígida mirando al frente.

—Tenemos un problema. —Volvió a hablar el subsecretario.

—Y no será el último —murmuró Julián para sus compañeros de patrulla.

—Hemos encontrado a estas jovencitas husmeando por la puerta 129.

Salvador señaló hacia las muchachas. La que antes parecía morirse de vergüenza ahora se tapaba la cara con ambas manos. Su compañera se tornó seria, mas Amelia pudo observar que seguía admirando todo a su alrededor con mucha curiosidad.

—¡Ya se lo he dicho! —dijo exasperada la tercera— ¡Estamos buscándoles!

La joven señaló a los papeles que se encontraban sobre el escritorio del subsecretario. Alonso alzó el cuello tratando de averiguar qué decía en aquellos endiablados folios y se sorprendió al ver que no había palabras, sino dibujos.

—¡Y yo les he dicho que es imposible que tres personajes de cuento se hayan escapado!

—¡OIGA! —gritó la más curiosa— ¿Cómo que cuento?

Salvador Martí meneó la mano en el aire, restándole importancia al comentario que la joven acababa de hacer.

—Cuento, novela fantástica... Tanto Monta, Monta Tanto.

Amelia escuchó cómo su compañero Julián continuaba la rima del emblema de los Reyes Católicos y puso los ojos en blanco, tratando de obviarlo.

La joven más tímida puso una de sus manos sobre el apretado puño de su compañera, tratando de calmarla.

—¡Pero es verdad! ¡Lynne, Arthmael y Hazan han huido! —dijo la tercera de las jóvenes.

—Y eso lo sabe usted porque... —Ernesto soltó una carcajada.

—Por esto.

La misma chica se alzó de su asiento, tirando sobre la mesa más cercana un fajo de hojas en blanco.

—¡Pardiez! —exclamó Alonso.

—Por unos folios —concluyó Salvador. Amelia escuchó a Irene Larra resoplar a su espalda.

—Esto, subsecretario, es el resultado de meses y meses de trabajo —dijo la muchacha cruzándose de brazos.

—Pues... No te cunde mucho...

Tiempo de MarabiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora