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Keyla
Entré en el aula 12, donde mis alumnos de primero esperaban para que diera comienzo. Debido a mis ganas de llamar la atención, llegaba casi diez minutos tarde, pero obviamente perfecta. El traje de chaqueta rosa claro que me había puesto me rejuvenecía y los tacones beige me hacían casi siete centímetros más alta. Cuando hube dejado mis cosas en la mesa, me senté en un extremo de la misma. Entre los alumnos se encontraban las dos jóvenes que habían llamado mi atención esa mañana. La pelirroja, sentada junto a una rubia, charlaba sin parar con su compañera.
—¡Tú, la pelirroja! —llamé—. ¿Cómo te llamas?
—Amy Mercis —dijo, mascando chicle.
—Tira la goma de mascar ahora mismo ¡ya! —ordené.
—Uff, vale, anticuada —murmuró levantándose. Meneó sus grandes caderas, su enorme trasero y sus largas piernas hasta la basura, donde dejó caer el chicle—. Ya nadie le dice así, se llama chicle, vejestorio.
—Umm, ¿Annie, no? —fingí equivocarme con su nombre—. Como espero que sepas, si no eres muy estúpida, ésta es la clase de literatura creativa, donde aprendéis a cambiar palabras, a hacer algo diferente al resto del mundo —Hice una pequeña pausa, donde comprobé como cambiaba su expresión —. ¿Cómo te llamabas, Annie Mercis? Umm, Mercis. ¿Perteneces a los Mercis de Nueva York? Pues entonces, sabes tan bien como yo que a tu familia no le va a gustar nada que seas expulsada en tu primer día. ¿Qué dirían sus influyentes amigos?
—Uff, vale, vale —resopló—. La he entendido.
—Me alegro mucho, pero hoy vas a estar castigada. Ven a mi despacho después de comer. Y ahora, comencemos la clase.
*****
Daniella
—Ven, Dani, sentémonos aquí —propuso Courtney tirando de mí hacia un par de pupitres en primera fila.
Tomé asiento junto a ella, con cuidado de que mi falda rosa no mostrase más de la cuenta. Me coloqué los tirantes del sujetador y saqué un cuaderno para tomar apuntes. Courtney comenzó a explicarme su relación con Scott, ya que la profesora tardaba en venir.
—Dicen que Keyla McNamara es un poco rara —comentó—. Se divorció y dicen que tiene unos gustos muy extraños en la cama. Algo del rol dominante o algo así.
—Amms, ¿eso no es algo privado?
—¿Sí? —Se encogió de hombros—. No es mi culpa, su familia pertenece a la alta sociedad empresarial, todo el mundo por aquí se ha enterado. Por cierto, ¿quieres un café? Podemos beber en clases, siempre y cuando no manchemos nada ni molestemos.
—De acuerdo, voy yo a por ellos, ¿vale? —me ofrecí—. No tardaré.
—Sin problemas, recuerda, aula 12.
Salí de la clase hasta el recibidor, donde un par de estudiantes se afanaban en sacar unas bebidas. Esperé a que se alejaran de la máquina para acercarme y preparar dos cafés. Tardé apenas unos minutos, pero mientras volvía vi que había una mujer rubia dando clase. Mierda, ahora debo llamar, maldecí en mi cabeza. Sujeté con una mano ambos vasos, lo cual fue un importante error: la alta temperatura a la que estaban hizo que diera un salto hacia atrás, derramando el ardiente líquido sobre mi torso. Chillé de dolor, sintiendo que me quemaba viva. Mis compañeros de clase y mi profesora se giraron hacia mí, sorprendidos por mi grito. Rápidamente, Miss McNamara salió del aula, acercándose.
—¡Oh, Dios mío! —gritó—. ¿Se encuentra bien, señorita? Vaya a mi despacho y pida algo de ropa a mi secretaria, enseguida voy. Segunda planta, primera puerta a la izquierda.
Asentí, aturdida y avergonzada, y eché a correr hacia donde me había indicado. Una vez allí entré, saludando con un jadeo a la secretaria.
—Hola, soy Celia —se presentó —. Keyla acaba de avisarme, no te preocupes. Pasa tanto tiempo aquí que tiene un pequeño lavabo y algo de ropa. Enseguida le traigo algo que ponerse.
Agradecí con la mirada el ofrecimiento y entré al minúsculo baño, donde me deshice de mi camiseta y el sujetador, ambos empapados de café caliente. Mojé mis sensibles pechos con agua helada, haciendo que mis pezones se erizaran, probablemente por el contraste de temperatura. Mi falda rosa también estaba llena de manchas y, con un suspiro de resignación por mi torpeza me la quité. Estaba terminando de limpiarme cuando oí un golpe en la puerta.
—¡Voy! —avisó una voz sin darme tiempo a responder—. ¡Oh, perdona! No sabía que estabas desnuda —se disculpó Miss McNamara—. Hey, te has dejado ahí una gota.
Alargó la mano, concretamente el dedo índice, hacia mi seno derecho, justo debajo del pezón. Retiró los restos de bebida y los lamió seductoramente.
—Ten, creo que esto te valdrá —me dijo entregándome un cortísimo y ajustado top rosa y una minúscula falda gris.
—Gracias, muchas gracias —musité con educación. Esa ropa me parecía demasiado corta y de zorra, pero tampoco quería molestarla.
—Te ayudaré a ponértela, el top tiene un cierre bastante extraño.
Se colocó a mi espalda, acariciando mis pechos por detrás y no pude evitar sentir un estremecimiento. Colocó la parte superior y lo acomodó, rozando mi cuerpo con tal maestría que no pude evitar soltar un gemido. Reaccionó a ello, aumentando sus movimientos circulares a su alrededor. Finalmente, debido a que contuve los siguientes gemidos, me puso el top y me ajustó la falda, nalgueando mi trasero al terminar.
—Eres preciosa, Daniella Jones.
Pues como espero que hayáis leído, va a haber un maratón de cinco capítulos, que espero que disfrutéis. White 💞😻👋
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Harvard ~Mommy Kink~
CasualeKeyla McNamara es una profesora de Literatura en Harvard. De 30 años, lleva 2 separada de su exmarido y tiene dos hijos: Helena (de 6 primaveras) y James (de 4 veranos). Daniella Jones, colombiana, sale de un pasado traumático con el marido de su he...