Capítulos dos

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Lynne gritó con todas sus fuerzas al ver que un enorme artefacto de un material que jamás había visto antes se acercaba hacia ella. Se vio atrapada en mitad del camino por otros muchos seres semejantes a este, aunque parecía ser el amo y señor del lugar, puesto que parecía haberse tragado a muchas más personas que el resto.

Arthmael desenvainó su espada y se interpuso entre la muchacha y el monstruo, que se detuvo irradiando un fuerte sonido contra el oscuro suelo.

—¡Atrás bestia inmunda! —gritó el Príncipe de Silfos, sacudiendo a diestro y siniestro la espada en dirección al artefacto.

Lynne pensó en lo extraño que era aquel lugar en el que habían aparecido por arte de magia... de la magia de Hazan, por supuesto. En Marabilia se había enfrentado a una gran cantidad de bichos, animales y monstruos, pero ninguno se parecía al que tenía delante. Trasparente en gran parte, desde lo cual podía observarse el interior del animal y las presas que se había tragado a su paso.

—¡Liberaré a los prisioneros! —volvió a gritar Arthmael.

Lynne, por fin, se daba cuenta del gran peligro que podría correr el Príncipe si se enfrentaba al animal.

Lo que no se esperaban era que, tras el primer embiste hacia el monstruo, una de las víctimas saliera del interior del artefacto echando humos.

—¡TÚ! ¡GILIPOLLAS! ¡ME LO VAS A PAGAR! —gritó uno de los prisioneros.

Ni Hazan, ni Arthmael ni la propia Lynne comprendían a qué se debía semejante escándalo por haberles liberado del interior de aquella bestia.

—¡Muestra tus respetos, aldeano! ¡Estás ante el Príncipe Arthmael de Silfos! —dijo él, hinchando el pecho de orgullo.

—¡Menudo payaso! ¡Vuelve a tu circo o llamo a la policía!

—¿A la qué?

Arthmael alzó, extrañado, una ceja ya que nadie antes —a no ser que fuera un bandido, un delincuente, su padre o la propia Lynne— le había amenazado de aquella manera.

—¡Llamad a quien gustéis! ¡Tengo espada para todos! —dijo enseñando a su vieja amiga.

Lynne se golpeó la frente con la palma de la mano. Y atrajo a Hazan con fuerza hasta ella.

—Nos marchamos —sentenció—. No necesitamos más líos.

Arthmael opuso un poco de resistencia, pero Lynne empleó un tirón de orejas que hizo que se pusiera en camino de nuevo hacia donde toda la población de aquel lugar se reunía para ver lo que acababa de ocurrir.

Al darse cuenta de que tenía público, Arthmael se puso rígido y caminó con desparpajo hasta los súbditos, que creía que iban a recibirle con vítores y agradecimientos. Sin embargo la gente huyó de ellos en cuanto estuvieron cerca. Los tres amigos se encontraban muy desorientados en aquel desconocido lugar. Ya habían estado vagando durante horas hasta que encontraron aquella puerta extraña que les condujo hasta un páramo muy semejante al Bosque de Merlon.

Ahora no entendían cómo una puerta podía dar lugar a emplazamientos tan diferentes.

La primera puerta les condujo hasta lo que parecía un laberinto de puertas, abrieron unas cuantas, pero en cada una se hallaban lugares jamás vistos por Lynne, se preguntó si cuando fuera mercader vería lugares inhóspitos como aquel. No supo muy bien por qué se decidieron a entrar por la puerta que les había llevado hasta allí y se arrepentía por dentro. No tendrían que haberle hecho caso al Príncipe. Sólo había que ver en qué situación se hallaban.

Lynne espantó los pocos recuerdos que tenía de aquel día y decidió que lo mejor para la reputación del Príncipe era alejarse de aquel punto de inmediato. Pero no recordaba dónde debía estar la puerta mágica que les había llevado hasta allí.

Y, por desgracia, no podía dejarse guiar por la naturaleza, el sol o las estrellas porque ni había naturaleza —restando un par de árboles en la calzada— ni estrellas. Y el sol apenas se veía por culpa de las gigantescas casas que les rodeaban a todas horas.

—¡Por ahí andan, agente!

Lynne se volvió al escuchar la voz del hombre que les había amenazado. Pudo observar, entonces, a un par de hombres con aspecto extraño, anotando en una especie de pergamino lo que él le decía. Cuando el hombre delató su posición, ambos se pusieron a correr en su dirección. Lo que obligó a Lynne a pegar un fuerte tirón a sus compañeros para que se apresuraran, ya que parecía que iban tras ellos.

Y esa no era la reputación que pretendía para comenzar su vida como mercader. Que la tomasen por ladrona no era un buen comienzo, ni tampoco le daba credibilidad sobre la procedencia de sus productos.

• • •

El teléfono de Irene Larra tarareó esa nueva canción que sonaba en la radio a todas horas y que Ernesto tanto detestaba. Debía reconocer que había un noventa por ciento de probabilidades de que la hubiera escogido como tono de llamada para molestarle.

Miró la pantalla de su teléfono y releyó, atónita, el nombre que aparecía en la pantalla. Nuria, la que había sido su mujer, estaba telefoneándola después de tanto tiempo. Y el corazón comenzó a palpitarle como no ocurría desde hacía ya muchos años. La recordó en su mente con esa sonrisa que tanto la había enamorado en su día y el enmarañado pelo que se le enredaba entre los dedos cuando la acariciaba al despertar.

El corazón se le paró, pero las manos le temblaban como nunca. Incluso tuvo que obligarse a respirar con profundidad antes de poder descolgar el teléfono.

—Hola —dijo la voz al otro lado.

Irene no se atrevió a pronunciar palabra. Sino que se quedó atónita al volver a escuchar a la que fue el amor de su vida.

—Irene —continuó—. Dile a tu patrulla que no meta las narices en esto.

Y nada. Silencio.

Nuria había colgado.

Irene no concebía lo que acababa de escuchar.

Debía informar a sus superiores. 

Tiempo de MarabiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora