Capítulo único: Blanco inmaculado

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Logro dar un par de trazos. Uno, tras otro, mis dedos creando figurillas amorfas en el, ahora, húmedo papel. Y termino mi obra. Un montón de colores desperdigados y entremezclados que inundan la fragilidad de la minúscula página.

La observo por un momento y frunzo el ceño al darme cuenta de que no es suficiente. Necesito más.
He utilizado cada color de la acuarela, he gastado más de cinco cuartillas y aún no es idóneo.

A pesar de la profundidad de tonalidades, no he conseguido el verdadero matiz; no hay encanto ni brillo, no reluce ni enceguece, no hay vida ni calidez, tan solo un puñado de brotes incandescentes pereciendo en su intento de emergimiento. Y finalmente mi alma decae al darme cuenta de cada declive.

Encolerizada me pongo de pie y observó el suelo. Cada papel turbio y arruinado, sin esperanza de luz o arreglo. Y ya no hay más, se me han terminado las hojas, ya no hay remedio.
Continúo con la vista extraviada en mi deprimente arte, en aquel pergamino destinado a mi anhelo de vida y fulgor, todo acabado, todo un completo fracaso.

Mis mejillas, calientes y ahogadas entre sales cristalinas que escapan de mis pupilas, brillan dolidas y desconsoladas.Y entonces no puedo prevenirlo. Mi danza iracunda toma forma y se descarga con abrumador descontrol en cada bosquejo; y ellos, frágiles y endebles, seden ante la brusquedad de mi agonía. Las acuarelas no logran redimir mi amargura y expiran bajo la potencia de mis pies para nunca más volver.
Y mi ataque continúa un par de minutos, en los que arrastro todo, lo poco que me rodea, a la solidez del piso.

Respiro agitada. Mi cuerpo inmóvil y cabizbajo en medio de la reducida habitación. Exhalo un suspiro, completamente rendida y agotada y refriego mis manos sobre mi cara, el llanto empapando por completo mis mejillas.
Observo mis pies, continúan descalzos y agrietados. Distintos colores adornando los contornos entre salpicaduras y rayones desproporcionados que inundan cada uno de mis dedos. Permanezco así por un intervalo desmedido de tiempo, tan solo observando, detallando con la mirada cada figurilla improvisada, cada color aferrándose a mi piel en su intento obstinado por no caer sin dar pelea, dejando el alma bajo mis pies, desdibujando su valentía en mis plantas, rayando con vehemencia mis talones; un arte crudo y puro hasta su decadencia.

Encamino un poco la mirada y logró enfocar mis pequeñas creaciones. Los bocetos, ahora destrozados y marchitos, descansan silenciosos y desperdigados por doquier, como pequeños cadaveres olvidados y resentidos.

La visión me provoca una oleada aguda de arrepentimiento y me doblegó ante mi nueva pérdida. El llanto incrementa.
La puerta se abre y él vuelve a entrar.
Su impecable bata blanca es lo primero que invade mi visión. Es tan inmaculado y sereno, sin embargo, es tan vil y despiadado.

Noto su disgusto ante el desastre que he causado y comienza a cuestionarme. La misma pregunta se repite una y otra vez ante mi falta de cooperación

"¿Qué ha pasado?" Vuelve a interrogar, pero continúo en silencio, con las pupilas encharcadas sumidas en la negrura resplandeciente de su calzado.
¿Cómo puede sacarle brillo a un color tan opacado? ¿Cómo ha logrado obtener tanta luz y fulgor aún cuando su personalidad es tan sombría y retorcida?
Me sumo en un análisis vago e irracional, avanzando a través de hipótesis y suposiciones absurdas que terminan molestándome aún más.
Aquello era absolutamente injusto. Tanta luz siendo desperdiciada en la persona equivocada, simplemente me resultaba inaudito.

Reprimo un grito agudo cuando toma con brusquedad mi brazo. Simplemente la cordialidad no entra en sus modales.

"Te he echo una pregunta" pronuncia con severidad. Sus ojos turbios escudriñando mis orbes castañas.
"No ha pasado nada" respondo por fin y el enarca una ceja completamente inconforme. "Sólo.. Sólo no conseguí el brillo en el color. Todo era opaco y marrón."

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⏰ Última actualización: Sep 07, 2016 ⏰

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