Cuento 7: Bailan el pogo del codazo asesino.

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Un día Ludmila y Patricio compartían una cerveza en la plaza del barrio, estaban desparramados en el pasto, a la sombra de un sauce, en un atardecer caluroso. La guitarra, que había cantado un repertorio variopinto de canciones, descansaba ahora estacionada a un costado. Habían reído, habían charlado, se habían contado las anécdotas de toda la semana y habían compartido los planes para esa noche de sábado. La cuestión es que en uno de esos flashes de Ludmila una pregunta se hizo:

—Che Pato... ¿a vos cómo te gustaría morir?—

-Que de qué me gustaría morir...y...no sé, nunca flashé eso— Patricio hizo una pausa tratando de imaginar una respuesta y luego de unos largos e interminables segundos dijo:

—Me gustaría morirme de pogo.—

Otro día, Ludmila y Patricio tuvieron que ponerse de acuerdo y así fue. El recital era el sábado y la decisión estaba tomada: no se lo iban a perder. En realidad ni siquiera tuvieron que decidir, era simplemente algo que debían hacer, una promesa que debían cumplir. Ludmila aún recuerda su copa de sidra chocando con la copa de sidra de Patricio y las palabras exactas que dijo aquel 1 de enero un minuto después de medianoche:

—Por un 2017 con muchos recitales, recitales que ni en pedo nos vamos a perder—

—Deseo y promesa a la vez, ya está todo dicho wacha— dijo Patricio mientras simulaba tomarse la sidra para después tirarla y llenarse la copa de cerveza.

Y entonces ahí están, tiempo después, arrastrados por la lógica de una pasión. Cantan, gritan, se alborotan. Sus cuerpos chocan, sus almas chocan. Una energía les entra en el corazón. Con sus pieles de gallina y sus gargantas poderosas convierten al mundo en una canción. Cantan, gritan, se alborotan, el tiempo dura lo que dura la eternidad, la felicidad dura lo dura una canción, ese instante es definitivamente todos los instantes.

Un rato antes tomaron cerveza y tintos baratos varios, fumaron, aspiraron, se narcotizaron el cuerpo antes de narcotizarse el alma. Luego en la efervescencia del éxtasis colectivo, impulsados por la energía de la canción más hitera, esa que todos se saben, sus almas parecen desprenderse del cuerpo y levitan por entre la muchedumbre extasiada. Y entonces con el alma en otro lado, con el alma un poco más encima de los cuerpos ya nadie controla justamente sus cuerpos y entonces los brazos y piernas se mueven de manera caótica, danzan una danza que no necesita armonía sino lo contrario: el caos y el desorden como única melodía.

Un tipo grande, de alma y cuerpo, está viviendo definitivamente una experiencia religiosa. Sus saltos de pogo son de más de 60 centímetros. Es grandote pero puede elevarse a 60 centímetros del piso. Patricio en cambio es petiso, un metro y medio como mucho, pero es de cuerpo ágil, y sus saltos de pogo están llenos de energía. Se abraza con Ludmila, la gran Ludmila, tan flaquita y electrizante, y cantan con todas sus fuerzas y danzan el ritual pagano y le rinden tributo a la locura. La atmosfera se llena de humo canabico y entonces el cielo es acá, en la tierra. El paraíso es de ellos, el universo es de ellos.

El tipo grande está ahora a dos metros de ellos, va y viene bamboleante, narcotizado, embriagado de pasión, su cuerpo rebota y cambia de trayectoria, ahora viene, dando saltitos, de espaldas, en dirección a Ludmila y Patricio. Ellos lo ven venir y atinan a poner sus manos como queriendo atajarlo. Y entonces a un metro antes de arrasar con la parejita el tipo da un gran salto, se eleva y el codo que acumulaba todo el peso de su gorda humanidad impacta de lleno en la cara de Patricio.

Dicen que Patricio agonizó un rato en el piso mientras el pogo seguía su curso, la gente lo pisoteó muchas veces como si nada. La música lejos de parar se prolongó, se repitió el estribillo de la canción varias veces pues el coro de los jóvenes no dejaba cerrar la canción. Ludmila atontada, Ludmila en shock, Ludmila sin capacidad de reacción, Ludmila en otro mundo tratando de asimilar un suceso inesperado y trágico. Cuando la canción terminó por fin alguien dijo "ese chico se desmayó" y el grandote ejecutor del codazo asesino se esfumó.

Por supuesto los medios ese día habían ido a buscar sangre. La tuvieron. No sólo sucedió lo de Patricio, además hubo trifulcas en la entrada, con los colados de siempre, los sin entradas. La policía repartió macanazos a gusto y por doquier, los jóvenes oficiales de la federal detuvieron eficientemente a varios masculinos y hubo intoxicados por el alcohol y otras sustancias.

En los noticieros florecieron los debates hipócritas y de naturaleza ortiva. Lo mismo de siempre: que los jóvenes están peor que nunca, que la decadencia social es producto de una Argentina injusta, que esta generación de pibes no respeta la autoridad, que el fracaso de las instituciones, que la violencia juvenil es producto del consumo excesivo de estupefacientes y que las bandas de Rock fomentan el desborde y la anarquía. Lo cierto es que nada de eso mató a Patricio, lo objetivamente cierto es que murió como deseó morir: en un pogo, impactado por la fuerza de un codazo asesino y pisoteado por el Rock, pero eso ya son detalles.

Hay mucho Rock aún en tu cerebro loco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora