- Dicen que lo esencial es invisible a los ojos- se repitío Lucía, una vez más. Estaba recostada en su cama, la noche había vuelto a tomar lo que le pertenecía en la tierra, y Lucía, una vez más, comenzó con la rutina de todas las noches, un poco de música y reflexión. Le gustaba imaginar las cosas, o tratar de pensar en él porque todo ocurría.
Mientras la música sonaba, Lucía se sentía en otra realidad, tan distante a la que todos parecían entender. Le gustaba imaginar un mundo a su altura, dónde nadie nunca moriría, y donde nadie tuviera jamás que preocuparse por cosas tan insustanciales como lo era el físico. Se imaginaba solo las almas de todos los que conocía. Era un mundo lleno de colores que jamás nunca nadie a excepción de ella misma había imaginado. Pero, de repente, luego de tanto bailar al compás de la música, fijo su mirada en el espejo. Lo que vio no le gusto nada. Sí, ella tenía claro que debía quererse a si misma, y que lo que estaba observando era sólo algo efímero que la contenía; algo así cómo un envase, o una botella; a fin de cuentas, por muy bonito que resulte el recipiente, lo que verdaderamente importa es lo de adentro. No obstante, no podía evitar sentirse vagamente dolida por el hecho de no ser lo que ella quería, o mejor dicho, lo que otros querían. Al fin y al cabo ¿quién podría culparla por ello? Después de todo, le impusieron un estatus de "belleza" del cual ella estaba bastante lejos. Su cuerpo no era perfecto, no tenía el peso adecuado, ni grandes pechos, ni mucho menos un trasero grande que llamase la atención de los chicos de su edad. Y ni hablar de su cabello, él que no era para nada bonito.
Sintió un nudo en la garganta, le pareció sentir que el pecho le ardía, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos color café. Otra vez comenzaría con él mismo hábito que tenía desde hace ya mucho tiempo, llorar a escondidas. Todo el mundo la veía como una niña fuerte y llena de energía, pero nunca nadie se dedicó a conocer la profundidad de su alma, ni mucho menos a recorrer el inmenso rincón de sus miedos y amores. Todos los días comenzaban y terminaban de la misma manera, pero siempre a escondidas, no tenía el valor suficiente para romper con esta costumbre, que, poco a poco iba acabando con el júbilo de su alma, y a su vez, llenaba la misma de un pesimismo y negatividad absoluto. Y así culmino el día, sin que nadie supiera su dolor.
A la mañana siguiente, decidió, que cómo tantas otras noches, esta también pasaría al olvido.
Pensó: "hoy será un nuevo día, y con nuevas oportunidades" pero en el fondo, aún tenía aquella resaca -por decirlo de alguna manera- de la noche anterior, el dolor aún no terminaba de abandonar su atormentado espíritu. Aún así, resolvío ignorar aquello, pensándolo bien, para ser feliz hay que sentir un poco de dolor, la felicidad es momentánea, si fueramos felices siempre, estaríamos vacíos constantemente, y a la vez, no aprenderíamos lo suficiente, porque es el dolor lo que nos hace crecer, y nos hace querer avanzar hacía un futuro más próspero.Una vez más, miro su reflejo. A pesar de que durante la noche había pedido a gritos (ahogados) cambiar de cuerpo, seguía metida en aquel envase desechable, que algún día habría de dejar para pasar a otro plano, o quizás, reencarnar en otro ser. En realidad, se sentía ciertamente confusa, porque, algo en sus ojos le gustaba, lo que le hacía sentir cierta sobriedad en su interior.
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La luz de Lucía
Teen FictionLucía es una adolescente normal. No es problematica, y tampoco timida. Ella siente que no tiene nada de especial, ni nada que ofrecer al mundo. Ella no conoce su propia luz