¿Algún día lo tendré?

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Sacó una bolsa de plástico negro de la cajuela del taxi. Parecía pesada por la forma en la que la arrastraba por aquel camino. Mirando al cielo nocturno, suplicaba a Dios que lo perdonara por lo que había hecho.

Después de caminar varios minutos en aquel inmenso bosque, llegó a una cascada que desembocaba en un pequeño arroyo, diversas flores lo adornaban; el lugar parecía perfecto para darle fin a su plan. Con sumo cuidado depositó la bolsa en el suelo. Observó su interior. No pudo evitar soltar unas cuantas lágrimas: la culpa y el miedo lo devoraban por dentro. Cerró la bolsa de golpe y apartó la mirada; cada que veía su contenido, el recuerdo de lo ocurrido lo mareaba a tal grado de llegar a las náuseas. Regresó su mirada a la caída de agua, se acercó y con ambas manos se enjuago el sudor de la frente. Necesitaba tranquilizarse. Tomó asiento entre la hierba y cerró los ojos, para pensar en sus acciones. Bill había sido un buen hombre, iba a la iglesia y no solía ir mucho a fiestas. Era puntual en su trabajo; se dedicaba a conducir un taxi en un pequeño pueblo. Nunca faltó el respeto a las personas a pesar de que algunas lo trataban de mala manera. Sabía que al final todo sería recompensado: llegaría a su hogar y su hijo le estaría esperando como todos los días. Para ser sinceros, él era la única persona que lo mantenía en pie; su esposa había huido en la primera oportunidad que tuvo y realmente no sabía si tenía verdaderos amigos. Su hijo era sincero, divertido y le alegraba los días, pero sobre todo estaba seguro de que nunca lo dejaría. Era su mundo, su vida y sabía que sin su niño, él moriría.

Tal vez lo llamen enfermo o demente, pero su amor por él sobrepasaba por mucho el amor de un padre hacia un hijo. Lo supo desde el momento en que lo vio con otro hombre, como aquel extraño para su persona le regalaba esas sonrisas que él tanto amaba y compartían besos que él nunca probaría. A partir de ahí todo cambió, la idea de no poder estar con su hijo como él realmente deseaba lo destrozaba. Recordar los días que había pasado con su hijo le causaba tantas emociones a la vez que no sabía cómo reaccionar. Hasta que cierta noche despertó por un ruido extraño proveniente del pasillo; temeroso por la presencia de un ladrón, tomó una navaja que tenía oculta en su cómoda, sujetándola firmemente con su mano derecha. Con pasos lentos y pausados salió de su recámara, aguzando el oído, buscando el origen de aquel sonido. Entonces los escuchó. No eran pasos de otras personas, ni muchos menos de un ladrón intentando entrar a su humilde hogar; eran jadeos y gemidos provenientes de la habitación de su hijo. En ese momento supo a cuál de todos los sentimientos reprimidos en su corazón debía darle paso: la ira. Sintió el enojo recomiéndole por dentro, el pulso que aumentaba en cada avance que realizaba a la puerta de su hijo.

- ¡Dipper! – gritó, mientras de una patada se abría paso en la recámara del nombrado. Vio la imagen más desgarradora que podría presenciar; su hijo, el ser que él tanto amaba, se encontraba recostada en su cama vulgarmente abierta de piernas, dándole paso libre a otro hombre a lo más profundo de su intimidad. Su mirada chocó contra la del chico- llena de horror- sus manos apretaban toscamente los blancos muslos de su amado, por el susto del momento no se había retirado de aquella asquerosa pose. No lo soporto más y apretó con fuerza la navaja en su mano, su cuerpo se movió por impulso, ignorando los gritos y suplicas de Dipper.

Estampó el cuerpo del joven contra la pared y clavó múltiples veces la navaja en él, salpicando sangre por toda la estancia. Observó sus manos llenas de aquel líquido rojo, giró su vista, buscando al causante de su actitud. Dipper se encontraba horrorizado, mirándolo con miedo. Intentó acercarse a su hijo pero cada vez que él avanzaba, el joven se alejaba. Esa reacción lo molestó, acaso ese mal agradecido no veía el gran amor que le profesaba; volvió a sentir la ira que minutos atrás había tenido y sujetó el desnudo cuerpo de su hijo por los brazos, aventándolo a la cama que tiempo atrás compartió con aquel joven. Dipper se retorcía entre sus brazos intentando escapar. Por fin probaría lo que tanto se había negado. Recorría con lujuria cada parte que aquel cuerpo le ofrecía. Deleitando sus oídos con los gritos del menor y el sabor de su piel. Al final, entre suplicas y ruegos, el menor tuvo que ceder a los deseos de su padre, sintiendo cómo las manos que alguna vez lo cuidaron ahora lo maltrataban de la peor manera. Una vez concluido el nefasto acto, cayó en la cuenta de lo ocurrido y al no poder sostener la mirada de desilusión de su hijo, lo golpeo en la cabeza sin pensar, poniendo fin a la vida del menor.

Ahora se encontraba en aquel lugar observando la bolsa negra junto a él, reconocía que lo hecho estaba mal, pero el instinto puede más que la razón. Se levantó, decidido a ponerle fin a esa horrible noche. De la bolsa, lentamente sacó el inmóvil cuerpo de su hijo, lo tomó con la mayor delicadeza que pudo y lo acunó entre sus brazos, aún estaba desnudo, no se había atrevido a tocarlo después de lo ocurrido. Lentamente depositó el cuerpo sobre las pequeñas flores del lugar. Tembloroso acarició el rostro del joven. Se recostó junto a él, tomó la pequeña mano de Dipper, fría y sin vida. Sacó la navaja de su chaqueta y en un rápido movimiento la encajó en su pecho. El dolor fue inmediato, la sangre comenzó a brotar a borbotones, bañando a la hierba a su alrededor. En sus últimos momentos de vida observó el rostro durmiente del menor, sonrió; se había convertido en un bello joven...todo un Cipher.

FIN!

¿Algún día...? (Billdip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora