Capítulo XXII Ríos de sangre. Parte I

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Dos demonios llevaban a Aiden por entre varios pasillos. Lo habían atado y lo llevaban a arrastras, entre inconsciente y despierto era llevado a algún lugar desconocido. Luego de ver el cuerpo sin vida de su amada había presentado otra crisis de nervios. Había empezado a temblar, a sofocarse y a gritar como desquiciado.

― ¡Entra ahí! ―dijo el demonio empujándolo hasta la celda.

― Tienes suerte de que el amo no te matara. Estúpido mundano ―dijo el demonio que lo acompañaba y ambos cerraban la celda.

Ahora se encontraba en una fría y oscura celda en alguna parte de Atlantis. Aún tenía unos cuantos temblores y se sacudía como si muriera de hipotermia.

No podía quitarse esa última escena que había vivido con ella una y otra vez. Había sido tan duro y estúpido con ella, la había abandonado en el momento que ella más lo necesitaba. Todo por dejarse seducir por Sekora. Ni siquiera le gustaba realmente, sólo le llamaba la atención carnalmente.

Sekora era una chica hermosa, no podía negarlo, sus tiernos ojos azules y su cabello rubio plata eran una perfecta combinación. Incluso Aiden, esa noche que habían estado juntos la había llamado hada de hielo, porque era lo que parecía. Una delicada y frágil hada del hielo. Pero la delicadeza y la fragilidad no eran algo que Aiden buscaba. El necesitaba ser retado constantemente, sentir la adrenalina corriendo por sus venas, vivir ese salvajismo tan bruto que solo podría volver a experimentar con una sola mujer, y esa era Peregrine...

Pero ya nada importaba, Peregrine estaba muerta y no volvería jamás. Tampoco volvería con Sekora, Peregrine había tenido razón, ella solo quería persuadirlo para obtener lo que quería, y lo había logrado, ella quería destruir a Perry.

― ¿Aiden? ¿Eres tú? ―dijo una voz extrañamente conocida para él.

― ¿Peregrine? ―dijo sollozando.

Por un momento su corazón saltó de alegría y esperanza. Quizás todo había sido un sueño, o quizás se había vuelto loco ya...

― ¿Aiden, eres tú? ―dijo la voz mientras se escuchaban cadenas siendo arrastradas― Soy yo, Cara.

La joven se acercó a él arrastrándose por el suelo hasta que su cara fue iluminada por la pálida luz plateada que entraba por una rendija de la cueva.

Los hombros de Aiden decayeron nuevamente. Tenía miedo de que ese momento llegara, sabía que él tendría que ser la persona que les dijera a todos como había muerto Perry, al fin y al cabo era el único que había estado con ella en ese instante.

― ¿Cómo has llegado hasta aquí? ―dijo Aiden mientras su voz hacía eco en la celda de piedra.

Mientras sus ojos se acostumbraban a la poca luz, se dio cuenta de que no estaba solo. Toda la tropa Atlangel estaba ahí, encerrados y encadenados. Incluyendo a Cara y a la madre de Peregrine. Esto sería más duro de lo que pensaba.

― Nos capturaron horas después de que mi padre se fuera. Todo se volvió oscuro y empezó a llover fuertemente y olía a podrido. Cuando quisimos darnos cuenta nos tenían rodeadas.

― A nosotros nos sacaron a golpes de nuestras casas y nos encerraron acá. El plan de Lumian es mantenernos aquí, sabe que no lo apoyaremos ni a él ni a todo lo que tiene planeado ―dijo Ashira.

― Espero que Peregrine esté bien... ―dijo Cara.

― Tenemos fe de que Peregrine nos saque de acá ―dijo Madga.

― Es más que obvio, ella tendrá un plan en marcha ―dijo Bjaw― Es de Peregrine de quien hablamos.

― Tienes razón. Probablemente ya esté escabulléndose por estos corredores para sacarnos de acá.

La Guardiana de Atlantis | INLUSTREM #1 Copyright ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora