Mi nombre es Arístides O' Neel. Me gusta escribir. Me gusta trazar las líneas de los textos como si diese a luz figuras geométricas en un plano cartesiano imposible.
Sé que el espíritu de cada cosa es geométrico. Esta es la verdad que me ha guiado durante años en el desarrollo de este oficio solitario.
Nadie me reconoce como geómetra. Suelen confundirse conmigo, como si me limitara a ser un escritorzuelo de pasiones subjetivas. ¡No! Lo mío es hacer del arte de la escritura la más estricta de las ciencias.
Como un científico que labora en los cuerpos anímicos de su mente, avanzo, de precisión en precisión, lejos del habla vulgar, hacia la escritura de la Pureza.
*
Estoy sentado frente a mi escritorio. Confirmo que soy algo quebrado, una línea no continua. Todo lo que me rodea está hecho de trazos que insinúan aristas de cuerpos geométricos (que solo el ojo del alma puede razonar).
Mírenme por ejemplo sentado en esta silla. Un ángulo a la altura de las rodillas. Otro en los brazos. Por nombrar los más obvios. El ángulo que tiene mi vista sobre el escritorio es más bien imperceptible. Para qué decir los sutilísimos ángulos que van tomando acá y allá mis ideas, en su desarrollo.
Toda mi experiencia va avanzando en una línea no continua, sino fragmentada. Voy quebrado. Esa fragmentación me permite tener forma, figura, cuerpo y, por lo tanto, identidad.
El ojo de la mente reconoce una forma determinada. Un dibujo. Mientras más preciso, más satisfactorio me siento 'yo'. Más clara y feliz es esa, 'mi' identidad. Las figuras irregulares -se entenderá por qué- producen molestias. A veces son sencillamente insoportables. Uno se siente incompleto. Una sensación no geométrica, pre-científica incluso. No se lo recomiendo a nadie.
*
Ante el escritorio, al leer, siento las voces, los fragmentos, que han venido a quebrarse en mí. Me han quebrado de insospechadas maneras. Espectros guardados en mis muros, en cuadernos, en estantes, o guarecidos en los ángulos más sombríos de esta habitación.
Me aseguro de que la puerta esté cerrada. Pongo entonces la pequeña pirámide de cristal sobre la mesa. Me concentro. No me importan ya los papeles dejados. Es azulina la luz dentro de la pirámide. Es como si guardase una estrella.
Veo en ella todos los mundos. Todas las posibilidades del sueño. Río. Lloro. Veo incluso el rostro de una mujer que no conozco pero que me parece familiar. Es ella de otra época. Sacerdotisa o emperatriz de un antiguo culto. Mira hacia abajo, en un gesto que mezcla tristeza y esperanza. Espera. Como si presintiera mi mirada y mi amor. Pero luego se nubla la imagen y me duermo.
Pero dormir es a veces avanzar de un sueño a otro. Y así caigo dentro del resplandor azul de la pirámide de cristal. Desde adentro, sé que todo ha sido siempre esfera. Yo mismo: esfera. La carne de mi cuerpo, las partículas de mi materialidad más cruenta: esfera. Mis sueños: esferas. Mi amada: esferas, una en relación a otra, sí, vivientes, sí, amables, con una dulzura abstracta y total, ciertamente, pero esferas. Esferas cuya circunvalación está en todas partes y sus centros, en ninguna.
Puedo por fin retrotraerme y retozar en mi corazón.
*
A la mañana siguiente, todo se abre como rosa. Capas sobre capas. Esfera que se abre en otra esfera. Pliegues. Multiplicidad del mismo juego en que yo, Arístides O'Neel, me descubro en la circularidad de mis idas y regresos.
Esta vez me he decidido a escribir una carta. Aunque nunca he sido asiduo al género epistolar, me decido. Escribo una carta de amor despechado y anhelante a la mujer que habita en el interior de la pirámide. Le escribo directamente a su propio corazón esférico.
Es imposible, sin embargo. No puede llegar. No hay correo posible porque no hay frontera. Pero escribo, sin fin. Para que algo, desde mis días, quede en el residuo de los sueños. Es en el extenso plano del sueño donde puedo trazar una línea curva que una cada forma con su opuesto y con su derivación.
Hay teorías que afirman que el amor sería la esfera más perfecta.
Yo comienzo a trazar la línea curva que une cada uno de los superpuestos niveles de la vigilia con las profundidades del sueño.
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La Geometría Sagrada de Arístides O'Neel
General FictionUn escritor que se dice a sí mismo geómetra, se aventura por los laberintos de la escritura y del sueño.