1. ¡Sorpresa Milo!

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El tiempo no se detiene, es traicionero y embustero, nunca te tendrá piedad ni consideración. Tus acciones tienen consecuencias y es el deber de uno como ser humano funcional para la sociedad hacerse responsable de los actos que hayan cometido en el pasado y en este caso en su antigua vida.

Un año ha pasado desde los sucesos ocurridos por la guerra santa entre el dios del Inframundo Hades y la diosa de la guerra Athena; una guerra con pérdidas masivas desde ambos bandos y por más que Athena se repita y trate de convencer a si misma de ella ser la victoriosa muy en el fondo sabe que ella ha perdido a la par de su contrincante.

Los actos del pasado repercuten en el presente.

La culpa carcome hasta los más fuertes.

Y al final uno no puede evitar rendirse ante ella.

Pero había algo más, algo aparte de la culpa que la impulsaba a tomar aquella importante decisión y es que podía sentir que el final de aquella guerra no era el final de todo, esto no acaba aquí.

Pero ya no estaba sola, tenía a sus fieles caballeros de bronce, tenía no, debía hablar del tema con ellos para juntos llegar a la decisión más pertinente, lo mejor para la tierra.

Saori sentía miedo y culpa. El miedo del posible mal que podía seguir vigente y culpa por la vida que por la que tuvieron que pasar sus caballeros si acaso eso podría ser considerado vida, entrenar para morir, aislarse y cortar todo lazo con el exterior pero al mismo tiempo tener compasión y empatía por los demás era por obvio ilógico, ¿Cómo pudieron vivir así? Ella gozo de una vida plena llena de lujos y todo lo que quisiera a su alcance, una vida relativamente normal o al menos hasta que se tuvo que imponer como la diosa Athena y encarar al mal a sus trece años.

Pero no podía llegar a compararse con sus caballeros, sus tan apreciados santos de bronce sufrieron desde muy infantes a tratos despreciables no solo por parte del personal del orfanato sino por incluso ella misma para después ser mandados a lugares infernales para que de cien niños solo regresaran vivos diez.

Mucho menos podía ser capaz de compararse con la vida de los santos de oro y plata, reencarnar en un cuerpo humano trae consigo aquellos sentimientos de culpa y arrepentimiento, no podía regresarles la infancia que ninguno tuvo.

Pero su vida y lo que resta de ella sí.

Todos estuvieron de acuerdo, tanto los once de bronce como las dos de plata, una nueva vida para dos propósitos distintos.

Y ahora sin inframundo y un dios que lo gobierne revivirlos es posible pero para nada fácil.

A la mitad del templo de Athena se encontraba la joven castaña junto a las armaduras de los caballeros caídos y con su poderoso cosmos los envolvió a todo y cada uno de ellos. Los resultados de su trabajo no se verían hasta el día siguiente.

Los rayos del sol empezaron a tocar las paredes de los doce templos, los colores de la mañana se hacían presentes y aquellas estancias que anteriormente carecían de vida ahora poseían de nuevo a alguien que habitara dentro de sus paredes.

La luz empezaba a entrar por la ventana de la casa del escorpión bañando cada rincón de la misma con su calor llegando a posarse en el cuerpo que yacía posando en la cama al centro de la habitación privada del templo.

Poco a poco el cuerpo empezó a dar señales de vida, primero con movimientos en los parpados y muecas en la cara por la luz que daba de lleno sobre esta, las manos y luego los brazos. Y cuando sus ojos se abrieron solo pudo ver un techo blanco.

Solo podía pensar en el blanco de ese techo, apretó sus puños y pudo volver a sentir esas sabanas que le habían hecho compañía tantas mañanas y noches. Inhalo profundo y su pecho se expandió para volver a encogerse al exhalar, era extraño, era algo que estaba seguro nunca más volvería a sentir pues está muerto.

LA PATERNIDAD ES DURA || SaintSeiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora