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La justicia es un reloj que se quedó sin cuerda hace mucho tiempo.

Lo escucho en las noticias y en el radio, en las redes sociales y en los chismes de las señoras del mercado, entre mis compañeros e incluso en el silencio de las autoridades. Lo huelo en el asqueroso aroma de llantas quemadas y en las pancartas sucias que clamaban justicia tiradas en la calle. Lo veo desde la ventana de mi cuarto y la imagen sigue ahí cuando cierro mis ojos. Y lo siento en mis manos temblorosas cuando me levanto a mitad de la madrugada para asegurarme de que puertas y ventanas están cerradas y que nada podrá hacerme daño esa noche.

Y lo vivo al estar en un lugar inútil donde me doy cuenta de que nada de lo que hacemos tiene un impacto en la sociedad.

Me siento en la gran silla negra giratoria, conteniendo mi impulso de girar en ella. El señor F me observa fijamente desde el otro lado del escritorio. El frío de ese cuarto me atenaza, me aplasta el pecho a pesar de estar completamente vestida, con mis pantalones de mezclilla y mi camiseta azul, sin olvidar la máscara que llevo puesta. Muevo las piernas nerviosamente, el señor F se pone de pie y me da la espalda al ponerse a mirar por la ventana. Al ver que no se movía y no decía nada, supuse que quería que lo acompañara a su lado. Eso hice. Trague saliva.

—¿Algún cambio?—me dice.

Su elegante, planchado y pulcro traje negro hace contraste con mi arrugada ropa. La luz del sol parece no iluminar el pálido rostro del señor F, pero sí resaltaba sus plateadas canas.

Miro de soslayo la corbata de mi jefe: una alegre corbata roja con estampado de camiseta hawaiana, un deprimente recuerdo de lo que fue, en algún momento, una alegre seña distintiva del pasado.

—Ya sabe mi respuesta—contesté.

Mira a través de la rendija de las cortinas hacia el estacionamiento, que está dos plantas abajo y reluce debido al sol. Un par de perros persiguen a un pobre gato hasta que se pierden de vista. El señor F vuelve a hablar:

—Ya me lo suponía—suspira—. El agua estancada, después de mucho tiempo de mantenerse así, comienza a pudrirse.

—Nosotros estábamos podridos mucho antes de que esto sucediera.

—Aunque no lo creas, estamos haciendo algo por la sociedad. No finjas que nuestro trabajo aquí no sirve, Mavi.

—Usted había dicho que no tomáramos esto como un trabajo—me dirijo a la puerta antes de que conteste—. Maestro Fu, esto no tiene sentido. Necesitamos a Ladybug y Chat Noir y usted lo sabe. No somos nada sin ellos.

—Ellos volverán—susurra—. Lo prometo.

Niego con la cabeza: eso no es verdad.

—¿Acaso usted está prometiendo algo?—pregunto escéptica levantando una ceja—Creí que usted no creía en las promesas. Además, las promesas son la única moneda de valor que nos queda, así que hay que saber cuando gastarlas; ahorita no es el momento.

Salgo y camino al vestíbulo, donde, vestido con una chamarra sobre una camiseta de colores militares, mi novio (que en este lugar es llamado "Làng Vulk") me espera con preocupación. Está apoyado en el mostrador y se limpia la frente por el sudor. Usar esa chamarra siempre no es lo más conveniente.

—Pensé que tardarías más tiempo—dice Làng con los ojos cansados sobre unas ojeras pronunciadas, causa de muchas noches durmiendo hasta tarde cuidando la base.

—El maestro Fu ya está comenzando a repetir su monólogo—respondo, sacudiendo la cabeza.

—No lo culpo, ha pasado por mucho.

—Al igual que todos. Esa no es excusa.

Lo miro y él libera una sonrisa para tranquilizarme. Nos quedamos en un tranquilo silencio mientras continuamos nuestro camino hasta nuestro sector.

—No es Fu el que me preocupa, ni Chat...

—¿Entonces?—se detuvo para verme, confundido. Miré hacia ambos lados del estrecho pasillo de metal antes de recostarme en una pared, con las manos en los bolsillos de mi pantalón.

—Es que...—suspiré—Todos son unos imbéciles.

—¿Sabes que cuando dices eso nos incluyes a nosotros dos también?

Una sonrisa de mi parte sale a rematar, trato de contenerla pero fue demasiado tarde: Láng ya la había visto.

—Ya era hora de que sonrieras por algo que yo diga. El momento en el que te carcajees, toda esta guerra terminará de repente y el mundo se partirá por la mitad.

—Me estás haciendo sonar como una amargada.

Se ríe y a lo lejos puedo escuchar el azote de una puerta. Seguimos nuestro camino.

—Toma—dice, y me da un llavero con una única llave en él.

—Ya tengo la mía—le respondo.

—Querida Mavi, esta es tu llave—Láng movió triunfante el llavero que contenía la llave de mi cuadrante y jugó conmigo un rato antes de que se la arrebatara. Debería cuidar más mi llave.

Llegamos al final del pasillo, a una gran puerta de metal con algunos bordes oxidados y olor a humedad. Titubeé y reposé mi mano en la manija antes de abrirla. Miré a ver a Láng, queriéndole decir algo; pero me retracté y abrí la puerta.

Tuve que cerrar los ojos ante la a brillante luz azulada de las pantallas que cubrían la mayor parte de las cuatro paredes de la estación. Cuando estuve lo suficientemente acostumbrada, los abrí de nuevo para ver varios cubículos y cuartos divididos por sectores y números, por computadoras y todo tipo de aparatos tecnológicos.

Caminamos Láng y yo hasta nuestro sector mientras zigzagueábamos entre los muchos agentes enmascarados del lugar. Esto, es la cede de la Organización Mundial de Espías Poseedores de Miraculous en Francia. Nuestro líder, el Maestro Fu, es el que se encarga de aprobar las leyes; pero la que en verdad ponía todo bajo control y andando era Ladybug, junto con su segundo al mando Chat Noir.

Se desconocen las razones de la desaparición de Ladybug. Desde entonces, el maestro Fu no ha sido el mismo y Chat Noir quedó al mando; devastado ante la pérdida inexplicable de su compañera y dejando a toda la organización por su cuenta.

Por primera vez en mucho tiempo, estamos solos.

Miraculous SpiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora