Nos conocimos un 13 de enero en Dublin y todo fue perfecto, perfecto porque...bueno, fue perfecto. No hay otra razón. ¿Viste cuanto nada podría arruinar el momento? Y esa gente que dice que siempre detrás de algo demasiado bueno hay una tormenta.
Yo era un estúpido, un estúpido con suerte. Caminaba por Wicklow St. y entré a un bar muy chiquito, un pub. No sabía bien que pedir. De pronto ella apareció y me dijo, con su sonrisa intachable "Sos nuevo, ¿no?" Asentí, despacio. Mi timidez siempre me jugó en contra así que me limite a quedarme en silencio. Ella se sentó al lado mío y pidió, levantando dos dedos un par de cervezas.
"Así que... lindo día, eh." Le dije. No hace falta aclarar que soy pésimo socializando con gente nueva. Era obvio. Mi cara se tornó roja muy rápido. Siempre mi cuerpo tuvo el talento de arruinarlo todo y dejarme en la vergüenza absoluto. 'Miren, ¡se puso todo rojo!' Uf, si no lo habré escuchado una infinidad de veces. En fin, ella se rió mucho, y yo también. Nunca viene mal para olvidar los momentos incómodos.
"Soy Lily". Me tendió la mano y se la estreché con una sonrisa.
"Thomas, pero podes decirme Tom"
"¿Tom? Un placer" y justo llegaron las cervezas.
Esa fue la primera de muchas cervezas que tomamos juntos en ese pub. Se convirtió, luego de dos años (Si, me quede a vivir en Irlanda), en una tradición. Íbamos todas las semanas, por lo menos dos veces. Hablaríamos de estupideces como también de temas importantes. Ambos no carecíamos ni de seriedad ni de humor. Podíamos encontrar el balance perfecto entre ambas cosas mientras hablábamos de política, de nuestras infancias o incluso de cómo se le notaba al señor de al lado, que estaba usando una peluca. Nos quedaríamos riendo toda la noche hasta la madrugada y, en ocasiones, cuando la cantidad de gente disminuía, el dueño del pub se uniría a nuestras disparatadas conversaciones. Christopher, era su nombre. Pero acostumbrábamos llamarlo 'Marlboro' ya que siempre estaba dispuesto a darnos unos cigarrillos si nos apetecía.
Fue verdaderamente muy triste cuando cerró. Supimos que esa tradición había muerto. Nos costó muchos días y noches pero encontramos otras tradiciones. Una de ellas era sentarnos a hablar y a ver el amanecer en el Phoenix Park. Su pelo se volvía más rojizo todavía cuando la primera luz del sol lo iluminaba. Y era algo que valía la pena ver. En Phoenix Park también había muchos ciervos, el cual era el animal preferido de ella, por lo tanto era una de las cosas que más le gustaba hacer. Y también una de las mías.
En fin, toda mi vida, en las cuestiones...digamos..."amorosas" siempre me contenté con la frase "buscando a la indicada". Pero esta vez la frase no hubiese tenido sentido si hubiera pasado de largo a Lily en mi vida. Porque yo sabía que ella era con quien quería pasar el resto de mi vida. Y podía ver en sus ojos que estábamos hablando en un mismo y único idioma.
Y bueno, sí. Después de un año de constantes amaneceres en Phoenix Park de la mano o abrazados, nos casamos. La boda fue modesta, tranquila. Invitamos a solo unos cuantos conocidos. Mis padres, sus padres (que debo decir, les resulté de lo más simpático), a Marlboro y algunos compañeros de vida suyos y míos. En cuanto a los hijos no voy a hablar de eso. Simplemente no estábamos listos. Yo todavía estaba empezando a trabajar y ella ya tenía muchos chicos en su vida, enseñando en una escuelita en el centro de Dublin.
Compramos una casa en la esquina de Church Walk y Chancel Mews, en Riverston Abbey y ella la decoró como quiso. Siempre confié en su gusto, y no me equivoqué en hacerlo. Luego conocimos a los vecinos. Tom y Dairine fueron nuestros mejores amigos por mucho tiempo. Pasamos tardes enteras en su casa. Jugando juegos de mesa, haciendo mímica, tomando tragos exóticos y nuevos. Esos fueron los años dorados. Y acá es cuando mi corazón se parte...y debo hacer una pausa.