A punto estaba de inscribirme en un concurso único, donde lo menos que podría esperar, si avanzaba, era hallarme escribiendo sobre ti. Toda vez que, si tomaba impulso, recaudaba pormenores que se adentraban sin querer en lo que para mí fuiste tú. Y vaya sorpresa, verte escenificada, modelando vestiditos regios de flores, con tus piernas simples, dorada al sol, como agigantada, aventajada en artes adivinatorias. Yo te puse allí para ser el centro; de ti emanaban no sólo todos los ruidos, también los destellos de la inspiración, que en mí hacía mella y dejaba maltrecho y malherido, el centro de la cordura. Sé que parezco rimbombante y estrambótico, y que uso términos desgastados, empecinado en sacarle jugo a un método trillado que ya no causa el mismo efecto. Bien es sabido, el mal camino.