Capítulo 3 El intruso de la colina

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A pesar que Terrence apenas rozó sus labios sobre su mano, la sorprendida rubia sintió que se le enchinó cada centímetro de la piel y perdiendo hasta el habla comenzó a balbucear:

-Mu-mu-cho gu-gus-to.

Y sin poder sostener la mirada burlona del guapo castaño, para el cual el nerviosismo de la pecosa no pasó desapercibido.

-El gusto es todo mío, señorita Candice.

Respondió el jóven regalándole una deslumbrante sonrisa y Candy sintió que se derretiría allí mismo.

-Puedes llamarme Terry.

Dijo sonriendo de lado y sacando a Candy de su embelesamiento.

-A mí puedes llamarme Candy.

Dijo la pecosa devolviéndole una encantadora sonrisa y nuestro arrogante intruso entonces se quedó es estado catatónico, observando detenidamente a la rubia, deslumbrado por esa pequeñita y carnosa boca, su graciosa naricita cubierta de
simpáticas pecas, pero lo que lo removió por completo fueron esos grandes y chispeantes ojos verdes como dos piedras preciosas, como si finalmente se diera cuenta de lo hermosa que era la chica que tenía en frente.

-¿Podrías apagarlo ya?

Fue la repentina pregunta de Candy, apuntando con el índice el cigarrillo de Terry y sacándolo de su ensimismamiento

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Fue la repentina pregunta de Candy, apuntando con el índice el cigarrillo de Terry y sacándolo de su ensimismamiento. Al ver que el arrogante no tenía ni la más mínima intención de apagar el cigarrillo, Candy, espontánea como de costumbre, le quitó el cigarrillo, arrojándolo sobre la hierba y finalmente aplastándolo con el tacón de uno de sus zapatos.

-¿Se puede saber quién te crees que eres para darme órdenes, pecosita insolente?

Preguntó Terry con toda la intención, sabiendo que haría enfadar a la rubia. A penas la estaba conociendo, pero le encantaba sacarla de sus casillas.

-Porque esta es mí segunda colina de Pony y no quiero que vengas a fumar aquí.

Le espetó la pecosa.

-Vaya, vaya. Ahora resulta que a parte de que interrumpes mi descanso, apagas mi cigarrillo, me das órdenes, encima eres la dueña de esta colina, te recuerdo que yo estaba aquí primero, señorita Pecas y no pienso irme.

Dijo Terry retadoramente y pendiente de la reacción de la rubia.

-No te pedí que te fueras.

Respondió Candy, ya más calmada.

-Sólo que no fumes aquí.

-Es que, sabes, es muy aburrida esta cárcel, pecosa y los cigarrillos me entretienen y relajan mi mente.

Dijo Terry con esa sonrisa tan suya y esperando el sermón con que seguramente respondería Candy, pero para su sorpresa, Candy comenzó a rebuscar en su bolso concentradamente casi expulsando todo lo que se encontraba dentro de éste y finalmente encontró lo que buscaba.

Candy Candy: El rebelde y la dama de establoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora