Micaela se aseguró de que atendieran a la chica correctamente, y no se fue hasta que la entraron en quirófano. Aguardó en la sala de espera a que apareciera Gonzalo, pero después de una hora, dedujo que no iba a ir. No la sorprendió. Seguro que estaba enojado con ella. ¿Y quien no lo estaría? Tal vez fuera mejor así, sin promesas, sin explicaciones. Seguro que la olvidaría en un par de días. Igual que ella lo olvidaría a él. Mentira. Pero se lo repitió una y otra vez, mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas
Gonzalo entró en el hotel, y la recepcionista, al contrario que en las últimas ocasiones, no lo miró alucinada. Se acercó a ella y le preguntó si tenían una habitación disponible, al fin y al cabo, él había dejado la suya esa misma mañana. La chica fingió que lo que estaba sucediendo era lo más normal del mundo y le dijo que sí. Segundos más tarde, le dio la tarjeta y él sonrió. Gracias a uno de esos pedazos de plástico había besado a Micaela por primera vez.
Subió la maleta él mismo y, minutos más tarde, estaba sentado en la cama, con el teléfono en la mano. Llamó a Nicolas; él lo había escuchado el día en que éste llegó a Barcelona dispuesto a reconquistar a su hermana. Había llegado el momento de que le devolviera el favor.
—¿Sabes qué hora es aquí en Londres? —preguntó Nicolas con voz soñolienta.
—No tengo ni idea.
—Gonza, ¿te pasa algo? —preguntó preocupado. Le habían bastado esas cuatro palabras para saber que su mejor amigo no estaba bien.
—¿Te acuerdas del día en que te encontré en el portal de casa de Dalila? —Se frotó la cara—. Pues yo ahora estoy peor.
Nicolas salió de la habitación para no despertar a Dalila y fue a sentarse en el sillón.
—¿Qué te pasa? ¿Es por esa chica del aeropuerto? Ya le dije a tu hermana que eso no iba a acabar bien.
—¿En serio? —Se rió sin humor—. Pues podrías habérmelo dicho antes de que me enamorara de ella; me habría ahorrado muchos disgustos.
—Vamos, no seas así, cuéntame lo que pasó.
Gonzalo le contó lo del curso de cocina, lo de la fusión, lo del despido y lo del accidente que había concluido con la gran revelación.
—¿Te despidieron?
—Sí, pero eso ahora no tiene importancia.
—Vaya, es verdad que estás enamorado. —Carraspeó—. Dime una cosa, ¿qué es lo que más te duele de todo lo que ha pasado?
—Que no me haya dicho la verdad —contestó Gonzalo sin dudar.
—¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez haya algún motivo por el que no lo haya hecho? —Gonzalo no contestó, así que Nicolas continuó—: Mira, yo casi pierdo a tu hermana por no escucharla. No me considero ningún experto en el amor, pero sí sé que el orgullo es un peligroso consejero. Habla con ella, ve a buscarla y cuéntale lo que sientes. Pregúntale por qué no te ha contado antes que es médica.
—¿Desde cuándo eres tan listo?
—Desde que me casé con tu hermana, cuñado. —Bostezó—. Vamos, ve a buscarla. Y ni se te ocurra contarle a Matias que hemos mantenido esta conversación, se burlaría de nosotros durante meses.
—Tranquilo. Dale un beso a Dalila de mi parte.
—Puedes estar seguro de que lo haré. Ahora mismo. ¿Te he contado lo sexys que me parecen las embarazadas?
—Demasiada información. Voy a colgar.
Gonzalo se levantó de la cama de un salto, fue al baño para refrescarse la cara y espabilarse y salió hacia el departamento de Mica. La esperaría en la calle si era necesario, pero no se iría de allí hasta que hablara con ella.
Llamó al timbre y le sorprendió oír su voz al otro lado del interfono.
—¿Quién es?
Sonrió al comprobar que ella ya no abría la puerta sin más.
—Soy yo, Gonzalo.
El zumbido que le daba paso sonó al instante.
—Has venido —susurró ella sorprendida—. Creía que no te volvería a ver.
—¿Puedo pasar? —preguntó él desde el umbral.
—Claro, pasa.
—¿Cómo está la chica? —Fue lo primero que se le ocurrió preguntar, entonces que la tenía delante.
—Bien, cuando me fui la entraban en el quirófano. —Se frotó las manos—. ¿Quieres sentarte? —sugirió señalando el sillón.
—Así que eres médica —soltó de repente.
—Sí, soy médica, aunque hace poco más de un año que pedí una excedencia.
—¿Quieres contarme por qué? —le pidió Gonzalo agarrandole una mano. La tenía helada, así que se la llevó a los labios y le dio un beso en la palma.
—Creerás que estoy loca —contestó ella recuperando la mano, pero antes de apartarla le acarició la mejilla—. Todo empezó la tarde que Esteban murió en mi turno.
—¿Esteban? ¿Era un amigo tuyo?
—No, Esteban era yo. —Vio que no la entendía, y continuó—: No sé quién era Esteban, sólo sé su nombre, que murió de un infarto con apenas treinta y dos años, y que nadie preguntó por él durante horas. Ese chico murió y a nadie parecía importarle. —Le resbaló una lágrima por la mejilla y, como la noche que fueron al teatro, él la capturó con el pulgar—. Esa misma noche, cuando llegué a mi casa, me di cuenta de que a mí podría pasarme lo mismo.
—No digas tonterías.
—No, lo digo en serio. Si me hubieras visto entonces, no opinarías así. Me pasaba día y noche en el trabajo, mis compañeros me temían, y apenas veía a mi hermana. Nunca iba a ninguna parte, y los dos chicos con los que salí eran como el pobre Esteban; más preocupados por impresionar a su jefe que por llevarme a cenar. Esa noche hice una lista.
—¿Una lista?
Micaela se levantó y fue a buscarla. Gonzalo vio que se acercaba a él tendiéndole un papelito, lo tomó. Era obvio que estaba usado, y lo desdobló con mucho cuidado.
—¿Qué significa? —preguntó mirándola a los ojos.
—Son las cosas que quiero tener en mi vida antes de que sea demasiado tarde.
—¿Y cómo vas?
—Regular, he recuperado a mi hermana, pero no sé en qué categoría encajas vos.
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A fuego lento <<adaptada>>
FanficAdaptación de "A fuego lento" de una de mis escritoras favoritas la maravillosa Anna Casanovas. Gonzalo quiere darle un giro radical a su vida y se instala en Nueva York. Micaela siente que es momento de retomar los sueños que sacrificó por converti...