Ingrata Noche Especial

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La risa otra vez, me asustaba esa risa, pero más me asustaba no saber quién era la que estaba allí y lo que podía hacerme, seguro quería matarme.

―No lo haré, “preciosa”, eres muy poca cosa para mí, si quisiera matarte, ya lo hubiese hecho, ni siquiera eres competencia. Una humana ―dijo con ironía―, jamás podrás estar con él, bueno sí, durante un tiempo: mientras dure tu juventud.

―Cállate, Escila ―ordenó Poseidón, su voz seguía siendo poderosa, de una profundidad abismante, parecía una tormenta en medio del mar.

―Querido ―rió esa mujer de nuevo―, díselo, si ella no es Anfitrite, jamás podrá ser como nosotros y sólo podrás estar con ella mientras dure su juventud o, si tú sientes demasiada lástima por ella, hasta que muera.

Me encogí más en mi cama al oír esas palabras, la forma de hablar de ella, tan artificiosa, como las malas de las teleseries, me asustaba, no tanto por las villanas de la televisión, sino que esta era una villana de verdad, no una de guión, y no estaba segura de lo que podría hacerme a mí o a mi familia.  

Lo que siguieron hablando, lo hablaron en otro idioma, uno que no conocía, mientras que yo no quería salir del refugio de mi cama, no quería asomarme, quería saber qué estaba ocurriendo afuera, pero tenía miedo, mucho miedo. ¿Quién me mandaba a meterme con un dios? Debería haber seguido mi instinto aquel día y haber huido lo más rápido posible. Esto no estaría pasando. Pero estaba sucediendo y no podía escapar, ya era tarde para eso, estaba enamorada de ese ser y no podía echar pie atrás, aunque él…

―Bueno, los dejo, creo que tienen mucho que hablar. ―alargó de forma artificial la palabra “mucho”.

La risa se dejó oír nuevamente y cuando se calló, Poseidón se sentó en mi cama, a mi lado y me apartó el cobertor de mi cara.

―Preciosa… ―Su voz había vuelto a la normalidad, a la voz suave y sedosa que yo tan bien conocía y que tanto daño me hacía ahora.

Lo miré, se había materializado, estaba allí, conmigo; en otras circunstancias me hubiese levantado y lo hubiese abrazado y besado hasta cansarme, pero ahora sólo fui capaz de mirarlo, yo era un fraude, no era Anfitrite, yo no era su amor, era una ilusión, como lo era él cada noche y me sentía culpable, sentía que lo había estafado, pero yo no sabía, no sabía siquiera quién era yo. Además… ¿A quién pretendía engañar con ese discurso en mi mente? Él ahora iría corriendo en  busca de Ámbar.

―No llores ―suplicó.

«No puedo evitarlo», contesté en mi mente.

―Rebeca…

«No digas nada, por favor, sólo vete. Finalmente, Ámbar tenía razón al querer luchar por ti y por algo tenía tu collar».

―Por favor, yo…

Me senté en la cama, no podía parar de llorar, sabía que lo estaba perdiendo, que lo perdería para siempre y me dolía, pero no podía hacer que se quedara conmigo, él amaba a otra, sólo se confundió, él mismo lo dijo, estaba confundido, yo lo confundía y claro, ahora sabía por qué. Me quité el collar y se lo di, no me pertenecía, también me quité el anillo y se lo devolví, ya no habría matrimonio ni nada. Un dolor agudo se instaló en mi pecho y en mi vientre. Dolía, dolía mucho, las lágrimas caían sin control, pero no me importaba. Él sólo me miraba. Había culpa, miedo, dolor en sus ojos. Y no quería que se sintiera culpable por mí, yo no lo merecía. Era una simple humana, con sus días contados.

Apretó el anillo y el collar, empuñando su mano.

―Rebeca, ¿ya no los quieres?

―No los merezco.

Una Tarde EspecialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora