Una historia que contar

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Tanto hoy como aquel día de verano estaba lloviendo. Las gotas caían y los negocios cerraban para que no se mojase la mercadería. Sin embargo tú seguías bajo la lluvia con una sonrisa en la cara.
Tanto hoy como aquel día está lloviendo y puedo recordar aquellos sentimientos del verano de 1862.

Estaba a punto de entrar a casa y ordenar mis cosas en mi nueva habitación cuando llegó la noticia que  se haría un festival en aquella nueva cuidad que se convertiría en nuestro hogar. Le pedí a mi madre que me dejaba baja al pueblo para ver todo, pero me dijo que debía ordenar antes si es que quería ir.
Rápidamente ordené todo y salí despedido hacia el pueblo.
Aunque el camino no era largo, por la velocidad a la que iba, llegué sumamente cansado, tanto que no me di cuenta que, al bajar la cabeza, había chocado contra alguien.
Caí al piso con el golpe y aquella persona con la que tropecé también se estampó contra el piso.
Desorientado miré para ver con quien había tropezado. Pero no me imaginaba que había golpeado a una chica. Ella era de complexión delgada, de pelo semi largo de color amarillo.
Aunque me quedé un rato mirándola, me fijé después en su rodilla. Por culpa del golpe se le había roto la media de la pierna izquierda y se había lastimado la rodilla.
La levanté sin preguntarle nada y corrí a la primera casa donde vi a una mujer barriendo. Le pedí que me ayudara y luego de un rato, su rodilla ya no sangraba y fue en ese momento cuando pude ver su rostro por primera vez.
Tenía pecas por su cara y algunos mechones le tapaban parte del rostro, pero aun así pude ver sus labios rojizos y sus ojos de color ámbar tostado casi un café acaramelado.
Por unos instantes no supe qué decir y fue ahí cuando ella habló y me preguntó mi nombre.
Le dije como me llamaba y ella me respondió con su nombre. De su boca salieron las letras que conformaban su nombre. Un hermoso -lya- salió de ella.
Su nombré dio mil vueltas por mi cuerpo, llegando casi a los puntos más recónditos de mis huesos. Para compensarle aquel inconveniente le dije que me acompañase al festival que se había en el pueblo.
Ella aceptó y nos marchamos a paso lento, procurando que no le molestara la rodilla al caminar.
Llegamos al lugar luego de unos minutos.
Los puestos ya estaban poniéndose y la gente iba de aquí para allá preparando todo para cuando el sol se fuera y las luces de las lámparas alumbrarán el camino del festival.
Paseamos durante un rato y poco a poco el sol iba avanzando hasta que llegó el momento de que la luna hiciera su debut.
La música empezaba a sonar y la gente concurría desde ambos lados de la calle hasta llegar al centro del festival donde se encontraba una enorme estatua de un guerrero, el cual era el símbolo de aquel festejo. Junto a lya nos internamos entre la gente. Jugamos en los puestos de tiro al blanco y el de atrapar peces. Nos divertimos mucho.
Recuerdo que aquel momento, en su rostro, había una sonrisa que me hizo sonrojarme cuando volvió la cara hacia mi y nuestras miradas se juntaron.
Luego de un rato de haber comido y jugado, nos sentamos en una banca cercana a la espera del gran espectáculo del festival, los grandes fuegos artificiales. Fue en ese momento cuando lya me tomó de la mano y salió corriendo.
Subió por una escalera lateral al festival. Subimos muchas escaleras hasta llegar a un plano, donde encontramos una banca un poco vieja pero que todavía no se caía con los pasares del tiempo.
Lya se sentó y yo la seguí. En ese momento tomó mi mano y sonó un gran estruendo. Los fuegos artificiales retumbaban en el cielo y sus hermosos colores hacían deslumbrar nuestra mirada hacia el cielo.
No recuerdo qué sucedió luego de los fuegos artificiales. Solo recuerdo el día anterior a la partida del barco.
Pasé ese día completo con lya. Para ese entonces ya habíamos estado juntos durante dos años y nuestras manos seguí en juntas luego de los fuegos artificiales.
Ella me escribió un poema y lo recitó en el mismo lugar donde nos tomamos por primera vez la mano.
Fue un hermoso poema que me sacó lágrimas.
Lya se sentó al lado mío y nos abrazamos. Sabíamos que algo malo se avecinaba y que era insoslayable.
Aquella noche la pasamos juntos en la banca. No nos separamos hasta la mañana siguiente cuando partiría el barco.
Nadie sabe el rumbo de todo esto, pero debemos acatar lo que los mandos nos piden. Nuestro país había entrado en guerra y los jóvenes habían sigo reclutados contra su voluntad. Aquella mañana no la he podido borrar de mi cabeza. Veo a lya parada a la orilla del puerto. Su pelo está siento y aunque llora a esbozado aquella hermosa sonrisa que me quitó el aliento más de una vez.
Ahora que aquella guerra a acabado y las armas se enfrían en la tierra, solo quiero ver frente a mí al amor de mi vida, a la persona que por casualidad conocí pero que se quedó para siempre con mi corazón.
Ya han pasado más de cincuenta años desde aquel embarco y sigo viviendo en aquella ciudad. Pasé lo que de mi vida quedó junto a Lya, la cual me esperó durante todo ese tiempo que la guerra duró.
Nuestros hijos no saben toda la historia y es por eso que se las escribo.
Recuerdo que aquel día de embarcó llovía y los negocios cerraban para no perder la mercadería, pero tú seguías bajo la lluvia.
Y hoy que llueve tanto como aquel día he decido escribir nuestra historia y si hoy no salimos de esta, escribo que todo lo he amado a tu lado.

Solo espero que esta tormenta acabe.

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