Capítulo 1.5

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Oí al demonio levantarse cuando ya me quedaban pocos metros para la linde del bosque y no me hizo falta girarme para saber que no solo me había visto, sino que estaba casi detrás de mí. Crucé el primer roble a segundos de que su enorme zarpa roja lo alcanzara y no me rozó por los pelos, pero hasta que no llegara a la espesura yo sabía que la armadura de acero reflejaba la luz y delataba mi posición.

Me incorporé, tratando de pensar rápido. Sin Zariel aquí no podía plantearme la lucha y, aunque para el demonio rojo los árboles no eran sino molestias, para mí eran obstáculos que que obligaban a moverme en zigzag. Si no llevara la armadura habría podido correr entre las ramas altas, pero con ella no me atrevía a intentarlo: me caía o me paraba y me podía dar por muerta. Necesitaba encontrar otra solución.

El crujido de un olmo al partirse me avisó de que tenía al monstruo justo detrás y abusé de mis reflejos para concentrar todo el poder en mi mano izquierda. En el momento en que el demonio rojo intentó agarrarme planté las botas al suelo y me adelanté.

Justo cuando iba a hacer contacto el demonio se detuvo, dio media vuelta y echó a correr en dirección contraria. Si no fuera porque debía reunirme con la familia que estaba intentando proteger probablemente habría corrido tras él, puesto que si el demonio rojo se retiraba solo había una explicación: algo peor acababa de entrar en escena y muy probablemente era lo mismo que había aterrorizado a mi diosa.

Volví a abusar de mis reflejos e interpuse la mano izquierda entre mi rival y yo, deteniéndome al ver que no se trataba de un demonio gris. De no ser por sus ojos, oscuros y sin pupila, mi nuevo enemigo casi habría podido pasar por humano. Y digo casi porque aunque un caballero novato habría caído en su trampa, a mí no me engañaba: no había nada natural en el modo en que se detuvo un segundo, moviéndose con la fluidez de una pantera. Habría podido jurar que sus pasos no hacían ningún ruido y, cuando terminó ese instante de pausa, un golpe de viento me dejó ver la espiral de su frente. Calculé que me quedaban unos dos segundos de vida y decidí que, ya que estaba, pues iba a aprovecharlos.

Si hubiera estado más atenta quizás habría percibido el suave murmullo del viento, que cambiaba su habitual silbido por la letanía de un hechizo, o el modo en que los insectos corrían hacia sus madrigueras. Pero mi atención estaba totalmente puesta en el demonio de pelo dorado y casaca blanca que me había lanzado un tajo a la velocidad del rayo. Si no peleara contra Deltan de forma habitual probablemente esta historia acabaría aquí y ahora, pero pude esquivarlo con un margen de milímetros e interponer el sable entre nosotros. El hechizo en el viento se oía cada vez más claro, pero no era capaz de ubicarlo. A los pocos segundos estuve sudando para mantener el sable en posición y cuando el demonio blandió su espada y retrocedió para lanzar un ataque circular me afané a retroceder de nuevo. Fui demasiado lenta.

Veía sus ojos con claridad meridiana y durante un segundo cruzamos la mirada: en la suya solo había oscuridad y una clara intención de matar. Se me erizaron los pelos de la nuca.

El viento se detuvo cuando el hechizo llegó a su plenitud y, cuando yo estaba por rezar mis últimos versos, dos brazos etéreos aparecieron a mi alrededor y el mundo empezó a girar. Fue entonces cuando reconocí el hechizo de teletransporte y si Zeriel hubiera sido corpórea puedo jurar que la habría aplastado a base de abrazos: uno por dejarme vendida y dos por volver a salvarme.

Nanatsu no Taizai: La guerra de los clanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora