Melodías en mi habitación

110 2 19
                                    

Taylor Swift es mi cantante favorita. La escucho todo el tiempo. En mi casa, en el camino a la escuela y hasta en los viajes, a todo volumen. Su música me inspira a creer, a abrirme a nuevas cosas y a amar, amar hasta caer enamorada, hasta romperme. Nunca llegué a ese punto, nunca caí, no fui destruida. Tal vez soy demasiado fuerte, o poco vulnerable. Sea por lo que sea acá estoy, escuchando a Taylor Swift, en mi habitación, pensando en cómo llegar a ser como ella algún día.
Por su talento con la guitarra, decidí seguir sus pasos y hace 6 meses me inscribí en clases de guitarra. Un acorde, dos. Muchos errores y cuerdas desafinadas, y así vas aprendiendo.
  Sin embargo, siento que podría saber cada técnica, y aún así jamás alcanzar la mística que tiene mi ídola para tocar la guitarra. Para moverse en el escenario, para cantar y transmitir sus emociones, sus sentimientos, su enorme capacidad de escribir contando su historia, porque escuchar sus canciones, es como leer su diario.
  Me saco los auriculares, bloqueo el celular y me dirijo a la cocina. Abro la heladera en busca de algo que comer, nada. Alacena, nada. Ni pan, ni cereales, ni masitas, nada.
Quizá lo mejor que puedo hacer es ir al quisco. Pero hace mucho que no voy a Havanna, creo que voy a ir ahí.
Decido cambiarme de ropa. Me pongo unos jeans rotos y una remera cubierta por un pulóver amarillo, y salgo para la cafetería.
  Mi mamá no está, así que voy a ir caminando. Queda a 8 cuadras y no tengo nada más que hacer, así que no pierdo nada con caminar.
  Ya en Havanna, busco una mesa junto a la ventana con vista a la peatonal y comienzo a buscar en el menú.
Decido pedir una chocolatada bien fría y una medialuna.
Mientras espero mi pedido comienzo a ver mis mensajes en el celular. Tengo uno de mi mejor amiga, Camila, diciendo de salir esta noche. Le contesto "perfecto".
Sigo viendo los mensajes y veo uno de Lucas, mi novio. Es uno de sus típicos mensajes súper empalagosos que no tolero, pero que por miedo a herirlo, callo mi opinión. Le respondo con un emoji de un corazón y un beso y bloqueo el teléfono.
Levanto la mirada y en eso veo entrar a un chico con el pelo rubio ceniza, y enseguida me doy cuenta de quien es.

Cuando me oíste cantarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora