Detúveme junto al mar inmemorial
hasta que el rocío de la olas cara y cabellos empapara;
los rojos fuegos luengos del día agonizante
ardían en el Oeste; soplaba el viento horrible
y huían hacia tierra clamorosas gaviotas:
«¡Ay!» grité, «mi vida llena está de dolor,
¿quién puede cosechar fruto o grano dorado
de estos páramos que sin cesar duramente trabajan?»Mis redes se abrían enormes con roturas y fallas;
sin embargo, como un último esfuerzo,
en el mar arrójelas y aguardé el final.
Entonces, ¡oh, gloria súbita!
de las aguas negras de mi pasado torturado
vi el esplendor argénteo de blancos brazos ascender.