"Cuando das lo mejor de ti, pero no tienes éxito. Cuando obtienes lo que quieres, pero no lo que necesitas... Yo intentaré arreglarte."
¿Saben qué es lo que pasa en el momento en el que deciden quebrar las barreras impuestas por la sociedad, la familia e incluso por nuestra propia cabeza?
¿Saben qué sucede cuando un día te despiertas y dices ya no más?
¿Qué es lo que en verdad pasa cuando dejamos de escuchar a los demás y nos dedicamos a simplemente ser felices con lo que somos?
Magia, eso pasa.
No soy la chica más linda, ni curvilínea del mundo. Tampoco poseo la sonrisa más hermosa, con la dentadura más blanca. Creo que nisiquiera soy buena contando chistes, ni mucho menos puedo aspirar a ser la mejor de la clase, bueno esto debería omitirlo, puesto que no me encuentro estudiando; pero si hay algo en lo que me he propuesto ser la mejor, es en ser yo misma. En creer en mí. En apostar por mí.
Claro que no llegué a esa resolución de la noche a la mañana, tuvieron que transcurrir meses enteros de eterna agonía sintiéndome pequeña, sintiéndome de poca utilidad, para que descubriera la magia que llevaba dentro, para que dejara atrás los tontos prejuicios. Fue hasta aquella noche, cuando más triste y desolada me sentía, cuando menos fe tenía, cuando una frase un poco cantarina bastó para abrirme al universo entero.
– ¡Carajo! ¿Cómo es que no lo ves?– me interrumpió.
– ¿Qué? ¡¿Qué cosa no veo?!
– A ti, ¿Cómo es posible que no te veas? – dijo él dándole un sorbo a la última cerveza que me habían autorizado en la barra – tengo menos de treinta minutos sentado a tu lado comiéndome lo que sea que hayan preparado en la cocina y eso fue suficiente para ver que irradias una energía electrizante Cyn.
No sé si deba tomarlo como un cumplido, pero en medio de su ebriedad no tan crónica debo aclarar, supongo que debo tomarlo como tal.
– Y mientras me cuentas sobre la discusión que tuviste con tu madre, lo único que sigo viendo es a ti, a Cyn, ¿Y sabes? eso es lo único en lo que he puesto atención – dijo sin pena alguna– Eres magia pura, y si tú no eres capaz de verlo, lo siento cariño... pero nadie más lo hará.
Si no corría a besarlo en este preciso momento era por una sola, vergonzosa y deprimente razón: no sabía besar.
– A menos que estén borrachos como yo y puede que alucinen y crean que ese halo de luz a tu alrededor provenga de alguna extraña mutación – añadió antes de hipar.
Y con todo y su buen tino para romper ese pequeño instante suyo y mío, me encontré fascinada. Y no por él, sino por mí misma.