Europa, Año 1852
Corría, tan rápido como mis descalzos y heridos pies me lo permitían. Solo estaba consciente de las ramas rasguñando mi rostro. Las raíces me hacían tropezar, mi miriñaque representaba un suplicio entre árboles tan estrechos, el largo vestido se enredaba con todo lo que había alrededor. Carezco de tiempo, necesito seguir.
- ¡Karina! ¡Regresa aquí ahora! ¡Karina!
Sus gritos se escuchan cercanos, si no avanzo me atrapará. No puedo dejar que me encuentre, si lo hace estoy perdida. Seguí corriendo, quien sabe por cuánto tiempo más, hasta sentir que desfallecían mis piernas, caí, arrastrándome hasta un sauco lo suficientemente grueso para cubrirme por completo y me camuflé lo mejor que pude contra el rugoso tronco.
- Sólo me queda rogar que no me descubra- susurré afligida.
Escaso tiempo duró mi calma, cuando volví a escucharle.
- ¡Karina! ¡Ven Karina!- canturreó con voz fuerte y sarcástica.
Percibí el crujido de sus pisadas sobre las hojas caídas, contuve la respiración. Sentí como disminuía la magnitud del volumen de su voz, inocentemente creí que habría seguido su trayecto sin notar que me hallaba ahí. Dejé de retener el aire, que salió de mí en forma de vaho, aliviada. Me había salvado. A duras penas lo había logrado.
Por lo menos eso pensé hasta sentir un férreo agarre en mi cintura, y una daga afilada rozando mi cuello.
- ¿Creíste que escaparías tan fácilmente de mí, Karina?-musitó apacible en mi oído.
Me volteó de forma repentina y sorprendentemente inocua, colocando mi cuerpo contra el tronco del árbol que consideraba mi amparo. Tiró el puñal al suelo, y con ambas manos acarició mi derrotado semblante.
- ¿Qué no recuerdas nuestro trato, princesa? Ven conmigo. - murmuró con voz más dulce, casi suplicante.
No tenía ningún subterfugio.
- O asume tus consecuencias- expresó con voz cruel.
Sabía lo que me esperaba. De la misma forma sabía que si no iba con él me arrepentiría. Suspiré, tomé fuerzas de donde no las tenía y de forma imperturbable respondí:
- De acuerdo Tristán, voy contigo.
Sonrió con petulancia, orgulloso tras haber cumplido su objetivo. Y tomando mi brazo me arrastró de vuelta a tan tétrico y temido lugar, a mi perdición personal.
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Karina
Short StoryEuropa, Año 1852 Huir. Mi único objetivo. Corría, tan rápido como mis descalzos y heridos pies me lo permitían. Solo estaba consciente de las ramas rasguñando mi rostro. Las raíces me hacían tropezar, mi miriñaque representaba un suplicio entre árb...