Era un día cálido. Todo lo cálido que podía ser un día en pleno invierno.
Me levanté para coger los cascos. No me encontraba bien como para hacer cualquier otra cosa. Conecte los cascos y comenzaron a sonar unas notas seguidas que, si las juntabas y coordinabas, creaban la magnífica melodía de mi canción favorita. Cerré los ojos y, por unos instantes, me olvidé del mundo. Estaba tan concentrada, que no me enteraba de lo que pasaba a mi alrededor. Pasaron minutos, probablemente horas, y yo, ahí seguía, escuchando música tumbada en mi habitación, con el jersey que me regaló mi madre hace seis cumpleaños que todavía me iba grande y con mis calcetines de rallas hasta las rodillas. Entonces pasó, tenía que pasar. Recibí "el mensaje". Aquel que iba a cambiarme la vida por completo.