Una roja fantasía

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En el bar -que no era al que acostumbraba a ir con la Magda, y digo acostumbraba, porque antes de irme de Santiago siempre nos juntábamos ahí-, seguimos conversando y bebiendo. Ella pidió un Pisco Sour y yo un Vodka con tónica. A estas alturas da lo mismo lo que signifique el trago que pidió ella. Lo estábamos pasando bien.

Cuando la fui a dejar a su casa no me quería bajar del taxi, para no tener que encontrarme con el conserje. Pero para mi mala suerte el conserje estaba en la calle barriendo. Nos saludamos con complicidad y Pía se rió con agrado. Después me dijo con ternura:

- Ven.

Y me llevó de la mano. Por un momento pensé que me iba a llevar a su departamento. Pero en realidad quería estar fuera del ángulo de visión de su conserje. Me dio las gracias y me dio un tierno beso en los labios. Tal cual lo hizo Tamara cuando la fui a dejar, en el tiempo en que me portaba bien.

- Nos vemos mañana-. Y se fue.

¡¿Mañana?! ¿Por qué mañana? Y me sentí invadido, no porque me diera un tierno beso en los labios significaba que ella ahora disponía de mi tiempo. ¡Mañana tenía planes! No es que los tuviera, ¿pero si los tenía?, ¿cómo ella podía saberlo? Resulta que ahora tenía que hacerla parte de mis planes, hacerla parte de mi vida. No, es demasiado rápido. Me siento como Tamara que cuando la invité a mi departamento, por lo que ya sabemos, me dijo que era demasiado rápido.

¿Cuándo es rápido? Depende del género, de si se es hombre o mujer. Para las mujeres es rápido cuando uno quiere tener sexo la primera salida. No todas piensan los mismo. Rápido es para los hombres cuando las mujeres quieren que les des todo tu tiempo. No todos piensan los mismo. Si no es una cosa de género, tiene que ser de sensaciones: yo siento que es muy rápido, así que para mí lo es. Voy caminando hacia el taxi y el conserje me hace una señal de aprobación con su pulgar: no sé si lo hace porque mi secreto está a salvo o porque quiere saber si todo está bien con Pía. A mi izquierda está el conserje que se está ganando mi confianza, y a mi derecha está el taxista que se merece mi confianza. Me quedo inmóvil, sin saber qué hacer. ¿A cuál de los dos le tengo que contar lo que me está pasando? ¿A los dos, a ninguno? Los puedo invitar un trago y conversar, pero no me parece una buena idea. Después de todo el conserje jamás debería haberle mencionado si quiera que habíamos hablado, ¡le pagué, por Dios! Tal vez lo hizo para ser simpático, por si yo después empezaba a frecuentar este lugar. Da lo mismo, lo importante es que no le dijo lo que había estado averiguando. Pero el peligro siempre iba a estar latente, no podía decirle a él, iba a tener que confiar en el taxista. Después de todo, le debo una oportunidad al gremio de los taxistas.

Nos fuimos en el taxi recorriendo las calles de Santiago: bajamos por Providencia . Le pedí al taxista que adelantara a un bus del Transantiago, porque no me gusta sentir que ellos van primero. Después que lo hizo le pregunté por lo que me estaba pasando:

- ¿Cuándo cree usted que las mujeres deben manejar nuestro tiempo?

Con una sinceridad que me conmovió me dijo:

- Nunca.

- Pero para eso, no estamos con ellas.

- ¿Usted es soltero? Siga así.

Estaba claro que mi amigo taxista no era la persona más objetiva para opinar del tema. Pero al final la subjetividad es un estado de egocentrismo disfrazado, nada más que eso. Le traté de explicar que para mí no era un gran problema darle algo de mi tiempo a una mujer que amaba y el refutó diciendo que yo no sabía lo que era estar casado.

- Pero si siempre lo hacen, tiene que haber un momento en que sea más aceptable que otro.

- Cuando esté casado, pero si es su polola, olvídelo.

El Amor en tiempos del "Like"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora