Habíamos salido cuatro personas de la capital, ya hacía más de un mes. Yo me había adelantado a explorar el pueblo junto a Zariel mientras mis otros dos compañeros echaban un vistazo a las minas cercanas, pero el alboroto que había armado el demonio rojo bastó para alertarlos y para cuando llegué con mi Diosa al punto de encuentro ellos ya habían localizado a la familia de campesinos que había escapado de las ruinas y recogido el campamento.
Era Laden, caballero del reino y mi hombre de confianza, el que nos esperaba junto a los labriegos. De los demonios por ahora ni rastro, pero dudaba que la situación siguiera así mucho rato.
-¿Ha ido Roran a comprobar las rutas? -Inquirí y Laden asintió de inmediato, pasándome el fardo que contenía lo poco con que viajaba. Aunque me dolía el hombro, me lo cargué a la espalda y pasé revista a los tres refugiados que pretendíamos escoltar. No era parte de nuestro trabajo, pero en ese pueblo solo iban a encontrar la muerte y yo me negaba a dejarlos morir.
-Vamos a llevaros a Mainea, una de las pocas ciudades que aún siguen en pie. Necesitan gente, así que podréis ganaros la vida. ¿Sabéis dónde está?
El padre sacudió la cabeza y su esposa bajó la mirada, abrazando con fuerza al menor de los hijos. La gente de a pie a menudo evitaba a los caballeros y mucho más a los que viajaban con una diosa. Fuera por temor o por reverencia, algo que variaba según la zona, no me interesaba saberlo. Habríamos llegado a Mainea en un día, así que todo estaría luego en sus manos. No quería ni imaginarme lo que estaba pasando esa pobre familia, habiéndolo perdido todo y sin un techo fijo para dormir. Por mucho que yo viajara, por lejos que me llevara mi misión, al menos siempre tendría una cama en la capital y un cuerpo de caballeros en quienes apoyarme.
Roran apareció justo a tiempo para distraerme, hacha en la mano y cojeando de un pie. Tenía el andar de un viejo, la energía de un niño y los ojos de aquel que ha visto más de lo que querría. Era el espía perfecto y hasta que le ofrecí un trabajo fijo había ejercido de mercenario. Con ese pasado y siendo un hombre-lince, al principio no le habría prestado ni sal. Ahora le confiaría mi vida sin ningún tipo de duda.
-Camino despejado, Lady Riza. -Gruñó, pasando revista a los refugiados y a su compañero. Viendo que este se estaba acercando un poco mucho al hijo mayor de los campesinos, que no sería mucho mayor que el propio Laden, el hombre-bestia agarró al caballero por la manga y se lo llevó a cubrirnos las espaldas. Zariel y yo abriríamos la marcha.
Tardé casi diez minutos en atreverme a preguntarle a mi diosa. No solo por temor a que los demonios nos localizasen sino porque había habido algo realmente inquietante en la mirada de ese demonio. Y en su aspecto, y en casi todo en realidad. Había oído hablar de los demonios de apariencia humana, y sabía que eran una minoría, pero de ahí a encontrarme uno cara a cara...
Ya estaba a punto de abrir la boca cuando me interrumpió ella, sin detenerse ni mirarme a la cara.
-Has... sido valiente, humana. -Musitó, y habría podido jurar que estaba sonrojándose. -Te has quedado a luchar cuando yo he cedido y me he marchado. Yo... Lo siento, siento haber reaccionado así.
No me podía creer lo que estaba oyendo, y si no me engañaba, mi diosa lo estaba pasando mal. Me habría gustado hurgar en la herida, y el susto que me había llevado no era ni medio normal, pero nunca había visto a una diosa disculparse y, en el fondo, yo no era tan cruel.
-Gracias, Zariel. -Resumí, logrando esbozar una sonrisa. -Además, lo que importa es que volviste, que me sacaste de allí. Lo demás podemos olvidarlo.
Ahora tenía sus ojos clavados en los míos y su expresión era la más pura perplejidad. Iba a comentar algo para intentar animarla, para romper un momento demasiado formal, pero ella se recuperó enseguida y asintió con una breve reverencia.
-Ha sido un honor, Elizabeth, Caballero de Plata.
Y con eso, desapareció. No se alejó, porque seguía percibiendo su presencia, pero supe que había dado por finalizado el momento y no sería yo quien la pifiara ahora. Me sentía demasiado halagada para eso, incluso aunque no me mereciera esa muestra de respeto.
Yo no me había quedado por valor, sino porque no podía teletransportarme. No había luchado por honor, ni por coraje, sino por puro instinto de supervivencia. Y sin ella, estaría muerta.
Pero no iba a ser yo quien se lo dijera. No, al menos, esa tarde.
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Nanatsu no Taizai: La guerra de los clanes
Fiksi PenggemarNuestro mundo está en guerra y esta es una realidad de la que no podemos huir. Día tras día los demonios destrozan aldeas, ciudades y reinos enteros y hay quien dice que ni siquiera el pacto entre diosas y caballeros sagrados puede salvarnos. Mi no...