16 | Confesión.

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El diez de enero, ya había vuelto al trabajo con mi uniforme normal. Gracias Dios. Le había comentado a William lo de la universidad y él me había asegurado que ese día me dejaría perderme por una hora en la tarde para ir a llevar los papeles que había estado reuniendo.

El lugar estaba atestado. Estaba atendiendo una familia de seis personas, de las cuales dos eran adolescentes, tres adultos y un niño pequeño. El mayor de todos, que parecía ser el hombre adulto, hablaba muy poco español pero entendí lo que quería decirme.

Faltaban unos cuantos minutos para el almuerzo y yo seguía pensando en que le iba a quitar tiempo a William, así que decidí ir a hacer lo de la universidad en la hora del almuerzo y hacerlo lo más veloz del mundo para llegar a tiempo a la segunda jornada.

Se lo notifiqué a William mientras esperaba que estuviera listo el pedido de la familia norteamericana, él dijo que podía llegar a la una y media o dos, así sólo le quitaba una hora. Con respecto a los horarios, dijo que le pagaría a otra camarera para que hiciera mi turno de la mañana y yo hacía el de la tarde. A ella le tocaba más fácil y eso era muy triste para mí.

Salí de la cafetería y vi un chico recostado contra un poste de luz con una gorra puesta directamente sobre su cara, cubriéndola. Yo agaché la cabeza y me resolví en pasar muy rápido. Cuando iba justo frente al chico él tiró de mi mano y yo por inercia lo golpeé en el brazo tan fuerte como pude como defensa propia.

Oh, era Mario.

— ¿Qué te pasa?—Preguntó con los dientes apretados en una mezcla entre llanto fingido y risa.

—No te reconocí. Nunca usas gorra—Me defendí.

—Bueno, hoy sí—. Aseguró mientras se acomodaba la visera hacia atrás— Cuando venía para acá, pensé... Esto es raro.

— ¿Qué es raro?—Pregunté emprendiendo la marcha nuevamente, pero él me detuvo del antebrazo.

—Que seamos novios, —Si él lo decía era aún más raro. Mis intestinos se retorcieron. Bueno, pero ¿Por qué era raro? ¿Y yo por qué no hacía la pregunta en voz alta?—y que sólo nos hayamos besado una vez.

—No, en absoluto.— Dije y él me guiñó un ojo.

Me giró para ponerme contra el poste. Me besó de forma ardiente, carnal. Su lengua se introdujo en mi boca. Juro que me sonrojé. Dios, no podíamos besarnos así en la calle. Había niños y gente mayor y demás personas con edades promedio, sí, pero yo no podía apartarlo. Quería que se quedara ahí para siempre.

— ¡Mierda!—Exclamó alguien y Mario me soltó. Pude haber muerto de asfixia y de un ataque al corazón o de ambas al tiempo. Una Carolina sorprendida estaba a dos metros de nosotros—No sabía que te gustaba hacer estos espectáculos, Mario.

Como él no respondió y tampoco yo, ella continuó. Claro que yo estaba demasiado aturdida para contestar algo.

— ¿Sabes cuál es el secreto para que Mario no te deje? No te acuestes con él. Una vez obtiene lo que quiere, se va ¿No es verdad, Mario?

—¿Por qué no vuelves a trabajar?—Evadió él y ella sonrió.

—Así que le leíste las condiciones y restricciones a Vanesa y ella aceptó—. Dijo de nuevo la mona—Sí, yo también sé lo que es la atracción sexual.

Me atoré con el aire, o eso creo porque comencé a toser. Escuché la risa de Carolina.

—Vanesa, actúas como si fueras...—Mario se inclinó para ver si ya estaba mejor. Yo le aseguré que sí y me enderecé y Carolina rompió en carcajadas— ¡Virgen!

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora