Silenciosamente, y seguido únicamente de los sonidos que hacía su armadura, el guerrero cruzó el arco, y se enfrentó cara a cara con su destino. Frente a sus ojos, se levantaba la torre, alta y orgullosa, cubierta de diversas cavidades y sencillas curvaturas. Estaba completamente rodeada de musgo, un musgo verde y seco, lleno de pequeños insectos que lo recorrían.
El guerrero levantó la cabeza. Esta estaba cubierta con un casco plateado, lleno de pequeñas señales de óxido. Acompañándolo, su armadura relucía mientras cubría su cuerpo. En los brazos se notaban pequeñas señales de desgaste, como que si llevara un buen tiempo usándola, o como que si el tiempo alrededor de ella se diluyera. Llevaba un buen tiempo pensando en rendirse. Su cuerpo le decía que se detuviera, que parara de inmediato. Él sabía que no podía. Su voluntad era mucho más grande que la duda, que los deseos intensos de rendirse. ¿Quién podría hacerlo? Nadie. ¿Quién podría detenerse? Nadie. ¿Quién podría pararlo? Nadie.
Nadie. No había forma. Pensando en eso, terminó de cruzar el umbral, y se encontró con un gigantesco jardín.
Hermoso...
Estaba cubierto de flores. Verdes, azules, rojas, de todos colores. Quien quiera que lo hubiese dejado así seguramente tuvo mucho cuidado. Se notaba que las flores llevaban un buen tiempo arregladas, como que si el mismo tiempo nunca pasara por ellas. El guerrero pensó que había alguien observándolo, aunque no sabía cómo podría decirlo. Dentro de su cuerpo había un pensamiento siguiéndolo, una idea muy grande, una resolución enorme.
Siguió, dejó solitario al gigantesco jardín, y se internó en la torre.
-Hijo, tienes que seguir intentándolo...-
El pequeño niño blandía la espada y golpeaba con fuerza al hombre de madera. Raudo, estaba cansado de hacerlo, y sus brazos le dolían de tanto intentarlo. Su padre, cercano, lo observaba absorto.
-Lo haces mal- le dijo.
-¿Por qué?- preguntó el niño.
-No lo mueves bien. Tienes que torcer más el brazo. La espada no cae si tú no haces nada...-
El niño asintió. La movió un poco más fuerte. El impacto hizo que la madera se agrietara y que poco a poco se cayera en mil pedazos. El pequeño observó como la estatua se desplomaba contra el suelo y como sus astillas volaban cercanas, perdiéndose en medio de la grama.
-Bien- dijo su padre, alabándolo y mostrando una gran sonrisa-. Lo has hecho perfecto. Recuerda, solo tienes que confiar un poco más en ti mismo y todo te saldrá. Nunca olvides eso...-
-Nunca lo haré...-
-Nunca lo haré- repitió para si mismo, mientras cruzaba el estrecho pasillo.
Estaba cubierto de roca. El interior de la primera habitación de la Torre estaba cubierto de una fina capa de piedra dura. Una roca oscura y llena de pequeñas grietas que sobresalían. El lugar estaba repleto, como que si fuera a caerse a pedazos. El guerrero se movió a través del pasillo con cautela.
-Recuerda, recuerda...-
Estaba pensando de nuevo. Su mente vagaba mientras se movía sin hacer nada más que caminar. Su pensamiento estaba lleno de pequeños detalles, de ligeras ideas que se extendían dentro de sí. Ideas que hacían que pensara, que olvidara lo que estaba pasando. Ojalá, pensó, pudiera recordarlo todo de manera más clara. Estaría mejor, mucho mejor que antes, y así podría moverse más fácilmente. Sin esa carga sobre su espalda.
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La torre de la existencia infinita
FantasyUna torre. Un guerrero. Un destino. Un hombre que decide hacer todo por salvar su alma y devolver a la vida lo que más ama. Acompaña al guerrero en su viaje por la Torre, por la existencia infinita, por la sensación de que todo regresa...