Capítulo 36

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Yo no lo pedí, pero así es el amor

ARES

Me levanté esa mañana cansado, aunque había tratado de huir de McCain, lo cierto era que esta vez, me estaba doliendo de verdad, mucho más y con más intensidad que otras veces, me estaba pasando algo que no me había ocurrido jamás, la echaba de menos, yo, Ares Milner, echaba de menos a una chica.

Después de darme una ducha y de comer, descansé unas horas y luego me vestí, me puse unos vaqueros, una camiseta simple y unos botines para poder correr, ya que el estudio estaba lejos.

Corriendo tardé unos veinte minutos, aunque me sirvió para relajar la tensión acumulada en mis hombros, porque cuando corría por la ciudad conseguía olvidar por unos segundos a Erika.

Llegué al estudio sobre la hora acordada, mi reloj marcaba las ocho de la tarde exactamente, mi maestro estaba esperando sentado en un banco que había en la entrada, en realidad no era tan viejo, tenía treinta y dos años, pero era la manera que tenía de burlarme de él. Me saludó con sus habituales comentarios, se le veía animado.

—Creí que no ibas a hacerlo—comentó al pasar por su lado.

—Yo nunca me rindo —le recordé.

—Eso ya lo veremos inútil, te dije que no te iba a resultar fácil convencerme de que eres el de antes.

—Las cosas fáciles no merecen la pena, me aburren—vacilé.

—Es bueno que tengas autoestima, te va a hacer falta—se rio.

Yo entré sin hacer mucho caso de sus "consejitos", agarré la escoba con las dos manos y empecé a barrer. Comencé por el suelo, luego fregué cada rincón sucio. Convencido de que había dejado el estudio impecable, avisé a Jonás.

—Esto ya está, viejo.

Mi maestro se levantó del banco del que no se había movido, entró en la sala y se limitó a decir:

— No veo las baldosas lo suficientemente brillantes, pasa otra vez la escoba y la fregona.

Me iba a cabrear, incluso pensé en estamparle la fregona contra la cabeza, pero me serené porque sabía que lo estaba haciendo para provocarme. Me tragué el orgullo, cogí nuevamente los utensilios de limpieza y volví a recorrer cada rincón, esperando que Jonás esta vez sí que le diera el visto bueno. Volví a llamar su atención.

— Oye Jonás, a ver si ahora puedes ver tu fea cara reflejada —comenté cabreado.

El viejo se limitó a meter la cabeza por la puerta, echar una ojeada y decir con voz débil:

— No está mal, nos vemos mañana, anormal —el cariño que nos teníamos impregnaba la atmósfera que nos rodeaba.

Él se volvió a sentar en el banco, pero yo me quedé esperando a que nos pusiéramos a trabajar para poder ganar la beca, no le creía incapaz de incumplir una promesa. Al ver, que no mostraba ninguna señal de movimiento, le solté:

— ¿Podemos ponernos a trabajar ya? — comenté impacientándome.

— ¿En qué? — se hizo el loco mi maestro.

— En la puñetera beca, te dije que quería ganarla— estaba empezando a desesperarme.

— Ahh, es verdad—se hizo el sorprendido—. Para mañana quiero una foto con cambios de luces y sombras, fondos cambiantes, perspectivas sigmoideas, con espirales hacia fuera y hacia dentro de la imagen. Ahh y que no se te olvide añadir detalles fosforescentes para las esquinas, quiero ver el hidroperspectivismo bucólico, quiero que la foto se salga del papel.

— ¿Tú estás loco? —contesté sabiendo la respuesta a esa pregunta—. Sabes perfectamente que poner todo eso en una foto es prácticamente imposible —no entendía qué estaba intentando decirme.

Jonás se echó a reír y comentó sin apenas vocalizar:

— Ya lo sé, te estaba tomando el pelo, la beca es fácil de ganar, pero no te voy a decir aún cómo podemos ganarla.

Su comentario me confundió.

— ¿Cómo que aún no vas a decirme nada?

— Porque aún no estoy seguro de que seas tú.

—¡Pero si estoy demostrando con todo mi ser que quiero volver a ser yo! —grité desesperado.

— Aún te falta créeme —me tuve que aguantar.

Aunque no creía para nada en él, me callé, recogí mis cosas y me marché. Pasé por delante de la casa de Erika mientras corría de vuelta a casa, estaba vacía, se notaba porque las persianas estaban cerradas.

Al pasar por allí me acordé de todo, fue como una oleada salvaje de emociones, sentimientos, imágenes, todo junto, explotando en mi mente al mismo tiempo, haciendo que la sangre corriera por mis venas tan deprisa, que cuando quise reaccionar, ya notaba la falta de oxígeno en mi respiración, me estaba asfixiando. No sabía si era por la tensión o porque mi cuerpo había vuelto a revivir aquel día en el que decidí alejarme de ella para siempre, pero si algo tenía claro es que esos momentos que había pasado con ella, no habían sido falsos, porque si no, no dolerían de la manera en que lo hacían.

De camino a mi casa pasé por el mar, el solo mirar de frente el vivo color del agua, me recordaba a sus ojos, las olas espumadas eran como un deja vu permanente en mi mente. Ya que mi cerebro se dedicaba a asimilar aquellas olas que chocaban lentamente con la orilla de la playa a los ojos y la sonrisa de Erika, la chica que me perseguía a todos lados. Hasta su nombre me parecía diferente al resto, todo de ella me encantaba, era única.

Llegué a mi casa con sensación de fatiga, nunca me había pasado corriendo, al pasar por el portal me di cuenta de que todas aquellas extrañas sensaciones solo podían deberse a una cosa. Había intentado ocultarlo de todas las maneras posibles, siempre había negado a todo el mundo lo obvio, pero lo cierto es que es verdad que estoy enamorado de ella, el único problema es que no soy lo suficiente valiente como para enfrentarme a la realidad, no quiero creer que la vida puede ser risas y momentos felices, porque yo no me lo merezco.


Alea Iacta Est La Suerte Está Echada© [YA EN LIBRERÍAS] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora