Un Ser Especial

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―¿Qué? ―preguntó él realmente sorprendido, ahora no estaba tan segura que él fuera el mismo de mis sueños.

―Guillermo…

―¿Tú sabes quién soy yo? ―inquirió curioso y yo asentí con la cabeza―. Sabes entonces quién es él y lo que es.

―Sí ―afirmé no muy segura.

Mostró sus perfectos dientes en una cálida sonrisa.

―¿Qué es lo que sabes de mí y Poseidón?

―Que quisiste abusar de Anfitrite…

Me miró con cara de póker, luego forzó una sonrisa y apretó mis manos, sin dejar de mirarme, yo quise zafarme de él, pero no lo logré, sin ningún esfuerzo, me mantuvo con él.

―Nunca abusé de nadie, Rebeca, ni lo haría. Tú deberías saberlo.

―¿Por qué tendría que saberlo?

―Por ser quien eres.

―No soy quien crees.

―Rebeca… Si Poseidón se enamoró de ti, no es por lo que tú eres, sino por quien tú eres.

―No soy Anfitrite ―repetí.

―Eso no es cierto ―bufó enojado.

―Por eso me dejó. Una mujer hizo algo para ocultar a Anfitrite de él y me utilizó para despistarlos.

―¿Qué mujer?

―No lo sé, no la vi. Apenas recuerdo como se llama.

―¿Cómo se llama?

―No sé, ya te lo dije, es algo así como Priscila, pero no es ese nombre. ―Él se echó hacia atrás confundido y atemorizado―. Por eso Poseidón se fue, para irse con Ámbar ―aclaré.

―¿Ámbar? ¿Qué tiene que ver Ámbar con esto?  

―Ámbar es descendiente de la hija de Leonor y Amador, ¿los recuerdas? ―pregunté con cinismo, pero a él no le gustó mi tono, sin darme cuenta, me levantó del asiento y comenzó a llevarme fuera del parque― ¡Guillermo!

―¡Mientes!

―¡No es mentira! Esa mujer lo dijo, te lo juro.

Me pareció por un momento que podíamos cruzar a la gente como si no estuviera, pero luego lo confirmé cuando, de la nada, avanzamos a través de un kiosco como si no existiera.

―¡Guillermo, la niña! ―Intentaba hacer que se detuviera, porque no tenía fuerza para resistirme, creí que recordarle a la niña lo haría detenerse.

Se volvió, me tomó de los hombros y me miró con un brillo burlón en los ojos.

―Eres muy fácil de engañar, Rebeca, esa niña nunca existió, es una ilusión.

―¿Qué dices? ―Intenté soltarme, pero sus manos parecían cadenas.

―Nunca existió, sé lo mucho que te gustan los niños…

―Guillermo…

Me tomó de la mano y caminó tironeándome, yo lo seguí a mi pesar, no podía evitarlo, mi poca fuerza mortal no se comparaba en nada a su fuerza divina.

―Guillermo, por favor ―supliqué al rato, jadeando.

En un rápido movimiento, me tomó en sus brazos como si fuera un saco de papas y me echó en su hombro, entonces corrió entrando en un laberinto de luces y polvo. Llegamos a una especie de cueva oscura y húmeda. Me depositó sobre una cama y encendió una luz. Pude ver claramente que estábamos en sus terrenos. Era un lugar húmedo, una cueva de piedras negras, totalmente sellada, no había ninguna puerta, no tenía escapatoria y nadie vendría en mi rescate. ¿Cómo podría pedir ayuda si ni siquiera sabía el lugar exacto donde estábamos? Lo único seguro, era que no era en este mundo que conocemos. Me sentí mareada y enferma, ¿a dónde me había llevado y para qué?

Una Tarde EspecialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora