Trastorno de identidad de género

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Es su primer día en testosterona y debería estar contento. Todo el mundo se lo dice. Hasta él mismo se lo ha repetido hasta la saciedad. Pero es que el papel que Keith sostiene entre las manos, su garantía de libertad, tiene escrita en letra cursiva, exageradamente grande y casi ilegible una frase que le está sacando de quicio: Trastorno de identidad de género.

De todas las cosas que ha tenido que aguantar a lo largo de los terribles cuatro años desde que saliera del armario, lo que más le cabrea es eso de "trastorno". Está escrita en el cuaderno que su psicólogo ha ido llenando con sus experiencias a lo largo de un año. Está escrita en los papeles que tuvo que presentar en genética para que le hicieran análisis. Está escrita entre los papeles que el endocrino le hizo firmar aceptando someterse a la terapia de sustitución hormonal. Está en la boca de sus médicos y farmacéuticos cuando hablan de él.

Lo odia.

"Trastorno". Como si estuviera enfermo. Durante todo el proceso le han tratado como a uno y eso solo hace que el estómago se le retuerza del disgusto. La OMS puede decir que ha sido retirado de sus registros como enfermedad mental y puede decir que el nombre se ha cambiado por "disforia de género". La OMS puede decir lo que le salga de las pelotas. La realidad es que a los trans se les sigue tratando como a enfermos.

Lance debe notar que algo va mal, porque le agarra de la muñeca y da un ligero apretón.

-Hey, ¿va todo bien, tigre? -pregunta con una sonrisa.

Keith trata de sonreír. De actuar como si no le pesara. Pero eso se le da bien a Lance, no a él.

-No realmente -reconoce, y se muerde el labio, temeroso de que Lance haga como los demás y le cuestione su decisión. No quiere oír un "Igual no lo tenías tan claro después de todo". Tampoco quiere escuchar una bronca. No quiere oír un "Pero vamos a ver, se supone que es un día feliz. Deberías estar feliz".

Lance no hace nada de eso. Su sonrisa desaparece y genuina preocupación brilla en sus ojos.

-¿Estás nervioso? Es normal, Keith. Es un gran paso y es normal estar asustado del cambio pero...

-No, no es nada de eso -Keith lo corta a mitad de frase y señala la frase que tanto lo ha estado molestando desde que todo empezó-. Es esto. Estoy harto de que se me considere un enfermo por -Keith hace un gesto vago con la mano y termina por colocarla encima de su pecho, donde su binder le está apretando una barbaridad- esto.

Lance lo entiende, todo lo bien que puede entenderlo una persona cis. Asiente y mueve su mano hasta entrelazar los dedos de Keith con los suyos.

-No eres un enfermo.

-No me digas.

-Calla, capullo, que este es uno de esos momentos en que digo algo bonito y súper sentido y tú te derrites aunque digas que soy imposible.

-Es que eres imposible.

Lance le coloca un dedo de la mano libre en los labios y Keith frunce el ceño, tentado de repente de abrir la boca y morderle el dedo.

-Mira, Keith, sé que aunque tengas esa fachada externa de seguridad e impasibilidad, estas cosas te duelen. No sé si te habrás dado cuenta (puede que no, porque eres despistado de narices) pero eres humano y tal. Llevo tiempo a tu lado. Sé que piensas "Tampoco es que me afecte, pero me cabrea", pero yo puedo verlo. Te afecta. Y es normal. Quiero decir... Bueno, jamás podré entender cómo es exactamente. No puedo ponerme en tu lugar ni imaginarme como tiene que ser, pero no me hace falta. Ya lo veo.

Lance permanece en silencio durante un buen rato después de su discurso, pero Keith no se atreve a abrir la boca. Finalmente, el latino coge aire y abre la boca para hablar de nuevo.

-Así que para que lo recuerdes en los días en que dudas de ti mismo: No eres un enfermo. No importa lo convencida que esté la gente de que lo eres. No importa cuánta gente haya en tu contra. No importa que lo oigas día sí y día también. Son ellos quienes están equivocados y no tú porque ellos no saben lo que es ser tú mejor que tú mismo, ¿vale?

Keith asiente, los ojos abiertos de par en par y la boca seca, sin saber muy bien qué decir. Ninguno de los dos ha sido nunca especialmente dado a las conversaciones "profundas" o de sentimientos y siempre que terminan teniendo una, Keith se siente extraño y no sabe cómo responder. Afortunadamente Lance lo sabe perfectamente, y el chico simplemente sonríe y abraza a su novio. Los brazos del latino le aprietan más de lo que el binder le aprieta las costillas, pero le da igual. Corresponde al abrazo algo torpe y sonríe contra el hombro de Lance.

Puede que Lance tenga razón. Bueno, puede no, la tiene. Keith duda a veces de sí mismo. Sabe que es normal. Ha escuchado las experiencias de otras personas en su misma situación. Sabe que es algo así como un efecto secundario de vivir en una sociedad que les cuestiona en cada momento de sus vidas. No son sus dudas, son las dudas de otras personas las que terminan sonando en su cabeza, tratando de hacerle "cambiar de opinión" para no tener que adaptarse a algo que no entienden. Así que Keith se aferra a las palabras de Lance, sabiendo que son su mayor ayuda en los días en que, estando en la ducha, dejando que el agua corra por su piel y evitando mirar hacia abajo, le asalta ese maldito pensamiento. ¿Y si he estado viviendo una mentira?

Se aferra a sus palabras y a su cuerpo, porque la presencia de Lance siempre logra reconfortarlo, hasta que Lance se mueve un poco, lo suficiente para colocar sus labios a la altura del oído del moreno y Keith puede sentir más que ver la sonrisa del otro.

-Como te salga barba no quiero volver a oírte quejarte de que pincho cuando te beso.


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