37: El banquete de Halloween

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La diversión no puede durar para siempre.

Después de que les lancé la primera bola de nieve, quedaron tan estupefactos que tuve tiempo a armar dos más antes de que reaccionaran y contraatacaran, esta vez los dos del mismo lado. Incluso lograron armar algunos misiles con la nieve que yo les tiraba. Hacíamos tanto ruido que alarmamos a algunos aldeanos, que luego se sorprendieron al ver nieve. McGonagall apareció a tiempo, hizo desaparecer convenientemente toda la evidencia de nieve y nos indicó que la siguiéramos mientras todos comentaban sobre el mal comportamiento de "los jóvenes de hoy en día" y sobre la sorprendente aparición de nieve en octubre.

Ahora estoy sentada con Fred y George en la otra punta de Hogsmeade, esperando el veredicto final de la profesora.

—Al castillo —dice—. Ahora. Diez puntos menos para Gryffindor por cada uno de ustedes.

—Ves, Fred, no debías meterte —dice muy seriamente George.

—Ninguno de ustedes debería haber hecho eso —dice ella—. Vamos, marchando al castillo. ¿Hagrid está disponible? —pregunta a alguien dentro del negocio llamado Las Tres Escobas. Respuesta negativa. Me temo que hace varias cervezas que no es apto para guiarnos, y menos para controlarnos en el regreso.

McGonagall zapatea un poco el suelo y finalmente nos deja ir solos, bajo la condición de no dejarnos salir nunca más a Hogsmeade si hacemos alguna travesura en el camino.

—Y tienen que estar dentro del castillo antes de las cuatro.

Los tres nos vamos con la cabeza gacha hasta el cartel que indica que llegas a Hogsmeade, solo que esta vez estamos saliendo. No nos atrevemos a darnos vuelta y mirar si McGonagall sigue mirándonos. Sabemos bien que lo hace.

—Y ahora nos quedaron todas esas bombas fétidas a la entrada del pasadizo —se lamenta Fred.

—No sé cuánto tendremos que esperar hasta poder recuperarlas —dice George.

—Siempre arruino todo —digo—. Les juro que fue sin querer... Debí haberme quedado con el barro.

—Creo que lo peor fue el escándalo que hicimos nosotros —dice George—. Tú estuviste genial haciendo nieve. ¿Crees que puedes hacer eso también adentro del castillo?

—Mmm... Lo dudo. Creo que tengo que estar más cerca del agua o de la tierra o de lo que sea para hacer transformaciones.

Y más vale que no crean que ha sido fácil. Creo que estoy empezando a tener un dolor de cabeza después de tanta nieve.

Por suerte no preguntan más y no me veo obligada a dar explicaciones que no quiero. Caminamos en silencio hasta detenernos frente a las rejas de Hogwarts, donde dos Dementores siguen en su guardia. Por suerte (o quizás no tanto), de inmediato aparece mi papá y los Dementores se alejan bastante. Abre la puerta y nos hace pasar.

—Es un placer que tres Gryffindor me interrumpan de esta manera —dice—. McGonagall dijo que estarían aquí a las cuatro. Llegan seis minutos tarde.

—Oh, vamos... —digo, y me tapo la boca antes de decir "papá". Fred y George me miran con sorpresa por hablar tan libremente frente a un profesor como Snape.

Me abstengo de hablar durante todo el recorrido, mientras Snape explica cómo lo fastidian las interrupciones y qué tan rápido quiere que vayamos al despacho de Filch. Adentro del castillo, Dumbledore nos encuentra en el primer pasillo. (Los poetas de Hogsmeade también estarían impresionados de una rima tan brillante).

—¿Ya de vuelta, tan temprano? —nos pregunta.

—Sí, profesor —responde Snape—, volvieron por mala conducta.

Leyla y el prisionero de Azkaban | (LEH #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora