SEIS

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– Bueno, bueno, bueno, bueno. Esto se pone interesante...

– Sí, sí, pero venga, vamos a lo que importa, ¿hubo beso?

– No – suspiré – otra vez nos interrumpieron en el mejor momento.

Estaba comiendo con mis dos mejores amigas. Mis amigas de siempre. Raquel e Inés. Ellas habían estado en todos los momentos importantes de mi vida desde que cumplí los quince y las conocí. En el momento en que más falta me hacía. Nunca habíamos ido juntas a clase, me las presentó una amiga mía que luego se mudó al extranjero. Y desde entonces habíamos estado juntas. Ya no me imaginaba sin ellas. Eran mis amigas con las que podía hablar de todo: chicos, libros, películas, ropa... todos los temas de conversación estúpidos que se os puedan ocurrir; y también los más profundos. Eso es lo que hacía que nuestra amistad fuera tan especial para mí, que con ellas podía mostrarme toda yo.

Raquel e Inés estudiaban filología. Se les notaba de lejos. Las dos tenían ese aire de intelectuales. Ya sabéis, cuando ves a alguien por la calle y se nota que ha leído a Jane Austen en inglés antiguo y sin traducción. Esa clase de gente. Me encantaba están con ellas, porque aunque yo no soy tan buena ni entiendo tanto de literatura, con ellas podía hablar y embalarme sin miedo a que me miraran de una forma extraña.

Ese día me había levantado con una sensación rara. Como sintiendo que yo no era yo. Esto es difícil de explicar, pero creo que hay cosas que haces en tu vida que te hacen ser quien eres de verdad. Esas cosas pueden ser acciones que hagas todos los días: pedir un café con leche condensada sólo porque te encanta la lecha condensada (y odias el café), echar muchísimo azúcar en café del desayuno, tomarte el café solo, untar las tostadas con mucha mantequilla, o echarles solo mermelada... Esos pequeños detalles en los que poca gente suele fijarse, pero que hacen que tú seas más tú.

Pero hay días en los que sientes que eso no es suficiente. Días en los que vestirte con esa nota distintiva que te caracteriza no es suficiente para expresar tu individualidad. En esos días sientes que necesitas hacer algo más permanente en tu vida, algo que llegue a ella para quedarse. Y cuando te sientes así cada persona tiene una forma de sobreponerse a ese estado de monotonía que parece que se ha instalado en tu vida y que no está por la labor de marcharse (¡y no vuelvas nunca!): hay quien se va de viaje, quien se apunta al gimnasio, quien adopta un perro... en mi caso, lo solucionaba haciéndome piercings (todavía no he dado el paso a los tatuajes, pero supongo que es cuestión de tiempo).

Ahora que he dicho esto, quiero dejar clara una cosa, no soy de esas personas que se harían tres mil millones de piercings en el cuerpo, me gustan, pero no creo que peguen en mí. Yo soy un poco más discreta. Y aunque parece una tontería hacerse un pendiente adicional en el lóbulo (os preguntaréis qué clase de trascendencia puede tener eso en la vida de alguien), para mí hacerlo significaba hacer que mi exterior se pareciera más a mi interior, de forma que la imagen que me devuelve el espejo cada día, cada vez que me miro, se corresponda con la que yo tengo de mí, con cómo me siento.

No quiero ser una extraña para mí misma.


***

El capítulo de hoy es bastante diferente de lo que vengo haciendo en esta historia, pero hace días que quiero actualizar y al ponerme a escribir hoy, esto es lo que ha salido. Espero que os guste igual.

Votad si os ha gustado y comentad todo lo que queráis (a veces no sé qué responder, pero os aseguro que lo leo todo).

Gracias por pasaros por aquí y ¡nos vemos pronto!

Soñar despiertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora