No todo dura para siempre

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No me gustan los cambios.
Sobre todas las cosas, odio los cambios.
Cambiar de instituto, de casa, de amigos; cambiar lo que sea, es algo que no soporto.
O al menos, no soportaba.

Durante estos últimos cuatro años, absolutamente todo a mi al rededor ha cambiado bruscamente. No tengo los mismos amigos, no vivo en la misma casa, no visto como vestía antes y no me parezco nada a la chica que era antes de que todo se volviera tan distinto.
Los cambios en cierta forma son inevitables. Las personas crecen y maduran y sobre todo cambian porque viven cosas distintas que les modifica su forma de pensar y de actuar. Es ley de vida, como reir o llorar, es algo que aunque intentes evitar, debes sufrir algún día.

Pero madurar es un proceso largo, que va cambiandote poco a poco. Uno no es capaz de darse cuenta de como ha cambiado él mismo o como ha cambiado su vida a no ser que eche la vista atrás y vea todo lo que ha ido dejando en el camino.

Pero ese cambio no me importa, todos cambiamos al crecer, no es algo de lo que uno pueda huir. Lo realmente difícil es cuando toda tu vida cambia en un solo segundo, sin poder verlo venir y sin a penas poder hacer nada.

Aún recuerdo perfectamente como era todo cuando tenía una vida sencilla y monótona. Cuando iba al mismo instituto al que iba desde primaria, con los mismos amigos, profesores, la misma ciudad, la misma casa, el mismo plan de verano. Y es que todo empezó ahí, en mi verano de tercero de secundaria.
Justo antes de empezar el verano tuve mi primera relación, de esas que no sabes como llevarla. Aún sois pequeños, ingenuos, no conoceis nada sobre tener pareja y todo es excitantemente nuevo.

Y no miento si digo que aún la recuerdo. ¿Y cómo iba a olvidarla? Era hermosa. Me enamoré de ella al conocerla cuando aún no sabíamos ni multiplicar. Ella fué mi mejor amiga durante toda la primaria, y al llegar a secundaria se convirtió en la que creí que era la mujer de mi vida, aunque sin saberlo siempre lo creí. Ella me robaba cada sonrisa, cada mirada y cada suspiro, y poco a poco iba robandome el corazón. No podía evitar mirarla y pensar en la suerte que tenía por tenerla a mi lado.
Pero todo acaba.

Tres días antes de que el curso finalizara al fin, toda su familia y yo nos fuimos a una playa de arena blanca y aguas cristalinas por el cumpleaños de su hermano. Todo era perfecto. Su familia alquiló una pequeña carpa que decoramos con luces de colores y que llenamos con sillas y mesas. Yo ayudé a au padre a hacer la barbacoa y ella a sus tías a poner las cosas en la mesa y servir las bebidas. Lo que mejo recuerdo son las miradas que de vez en cuando nos echabamos y sonreíamos, hasta que su padre me daba con la espátula en la cabeza y me decía: "Con miraditas a mi hija no se van a hacer las hamburguesas", luego me sonreía y me señalaba la carne. Me caía bien aquel hombre, era como un padre para mí.

Cuando todos comimos entre risas y bromas, recogimos la mesa dejando solo las bebidas para los adultos y algunos refrescos para nosotros en la nevera portatil. Los más pequeños nos fuimos a la orilla a jugar haciendo el burro y a bañarnos en el mar. Más tarde, mientras todos seguían en el agua, ella y yo nos tumbamos en la arena mirando el cielo y hablando sobre extrañas filosofías de la vida.

- ¿Sabes qué? Me gusta este lugar.- le dije.

- ¿Qué tiene de especial?

- ¿A parte de que estás tú?- contesté

Ella sonrió y me dió un pequeño codazo que consiguió sacarme una sonrisa.

- No sé.- proseguí - Quizá sea por la calma, porque no hay coches al rededor o porque estamos a kilómetros de la civilización y se ven todas las estrellas. Quizá sea por el agua cristalina o porque a pesar de no haber luz alguna puedo ver perfectamente tus ojos verdes. O puede que la culpa la tenga que uno de los mejores días que recodaré siempre ha sido hoy aquí, a tu lado y de toda tu extraordinaria familia.

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⏰ Última actualización: Sep 26, 2016 ⏰

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